En un país donde la miseria se ha vuelto rutina, la ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Velázquez, rompió el silencio esta semana para admitir algo que ya el pueblo sufre en carne propia: los robos en las bodegas estatales van en aumento, y la inseguridad está desbordada.
Durante una reunión con las comisiones de trabajo de la Asamblea Nacional del Poder Popular, la funcionaria soltó una declaración que dejó a más de uno helado: un trabajador perdió la vida intentando defender su bodega de un asalto. Así, sin muchos rodeos, la ministra dejó ver el grado de deterioro al que ha llegado la realidad cubana, donde ni siquiera los lugares destinados a repartir la escuálida canasta básica están a salvo del desespero y la violencia.
“Hemos recibido ataques… perdimos a un trabajador defendiendo su puesto”, confesó la ministra en tono resignado, mientras llamaba a “fortalecer el trabajo comunitario” como posible salvavidas ante el caos.
En su intento por sacar algún ejemplo positivo, mencionó a la Isla de la Juventud, donde según ella no se han producido robos gracias a una supuesta ‘integración comunitaria eficaz’. Una afirmación que suena más a consigna propagandística que a estrategia realista, cuando lo que más abunda en el país son bodegas desabastecidas, almacenes en ruinas y coleros desesperados.
La funcionaria fue más allá, sugiriendo que, ante la falta de seguridad en las bodegas, los productos normados se guarden en casas de vecinos o entidades cercanas. Una medida que, más que solución, refleja el nivel de improvisación del régimen, dispuesto a pasarle la pelota al pueblo para que resuelva lo que el Estado no puede ni quiere garantizar.
Como si fuera poco, también pidió a los medios oficialistas que salgan al paso a denunciar los robos y promuevan respaldo al Estado. O sea, en lugar de buscar soluciones estructurales, pretenden usar la prensa para manipular la narrativa, como si la culpa fuera de la gente y no de un sistema que hace agua por todas partes.
“No podemos dar pie al robo”, dijo la ministra, reconociendo lo difícil que resulta reponer lo poco que hay cuando ocurre una sustracción. Pero lo que no dijo, y que todo el mundo sabe, es que la verdadera raíz de estos asaltos no está en la maldad de los cubanos, sino en la desesperación que provoca la escasez, la inflación y la ineficiencia de un gobierno incapaz de garantizar lo más básico.
Mientras el régimen sigue celebrando asambleas, el pueblo se las ve negras para conseguir un paquete de arroz o una pastilla de jabón. Y ahora, encima, tiene que cuidar la bodega como si fuera un banco, porque ni eso puede proteger el sistema que dice ser del pueblo, pero que cada vez le da menos al pueblo y le exige más.