En el corazón del municipio de Niquero, en Granma, el antiguo combinado cárnico “Inocencio Bladwood” se ha convertido en una triste metáfora de la debacle económica que sufre el país. Lo que un día fue una planta dedicada al procesamiento de carne, hoy sobrevive a duras penas haciendo guarapo, raspadura y tajadas de mango. Sí, en vez de embutidos, ahora lo que sale del matadero son dulces, como si eso bastara para tapar el hambre del pueblo.
Todo esto, por supuesto, lo venden como “creatividad” y “resiliencia”. Pero la realidad es más simple: no hay ni reses, ni cerdos, ni combustible. Lo que hay es necesidad, abandono y una industria alimentaria que hace rato dejó de producir lo básico para dedicarse a lo marginal.
Según contó el director del centro, Alexis la Hera Segura, en dos años apenas han procesado 140 toneladas de embutidos… y eso cocinando con leña, porque el diésel brilla por su ausencia. En ese mismo tiempo, lo que más han sacado son tajadas de mango y guarapo, que reparten a los vecinos de Niquero como si eso fuera garantía de nutrición.
Lo más cínico del caso es que la prensa oficial se jacta de esta “reconversión” como si fuera un logro. Le dan medallas, reconocimientos, hasta lo presentan como un modelo de eficiencia. Pero la verdad es otra: este matadero no se reinventó por voluntad, sino por desesperación.
Para colmo, los trabajadores han tenido que reinventarse también. Técnicos en procesamiento ahora hacen de horneros, cocineros de raspadura, y quién sabe qué más. Detrás de cada cambio hay una historia de precariedad y de desvío forzado de funciones, porque el sistema no ofrece otra opción.
El matadero, premiado por “Proeza Laboral” y colocado como ejemplo rumbo al 26 de julio, es más un símbolo del colapso nacional que de ninguna victoria. Cuando un país convierte sus centros cárnicos en fábricas de dulces, está claro que lo que hay es escasez maquillada de “innovación”.
El derrumbe de la ganadería cubana
La tragedia no es solo en Niquero. El desastre ganadero es nacional. Desde 2019, Cuba ha perdido más de 900 mil cabezas de ganado, según cifras del propio Ministerio de la Agricultura. La masa ganadera apenas roza los tres millones, una caída estrepitosa de 400 mil animales en solo un año.
El director de Ganadería, Arián Gutiérrez Velázquez, dijo que la crisis se debe a múltiples factores: desde muertes naturales hasta robos y sacrificios ilegales, que en 2024 afectaron a más de 27 mil animales. Pero también reconoció la negligencia de los tenentes estatales y el incumplimiento sistemático del gobierno.
La situación es tan grave que, en provincias como Las Tunas, el acopio de leche ha caído a un tercio de lo que era antes de 2020. Y en Camagüey, que alguna vez fue el motor lechero del país, ya no se produce ni la mitad de los 92 millones de litros que se alcanzaban en 2019.
En los campos, los campesinos denuncian que los robos de ganado siguen sin freno, mientras el régimen les responde con represión y burocracia. No hay forraje, ni medicamentos veterinarios, ni condiciones para criar. Y como si eso fuera poco, a los pocos que aún producen ni siquiera les pagan a tiempo.
Una reciente fiscalización nacional destapó la olla: casi 182 mil irregularidades en el control de la masa vacuna. Un verdadero desorden institucionalizado, sin controles ni soluciones reales.
Y mientras tanto, el MINAG sigue vendiendo humo. Hablan de priorizar productores con más de 10 vacas, dar más tierras, usar energías renovables para el agua, informatizar registros y hasta exportar carbón vegetal como incentivo. Puro papeleo para justificar lo injustificable.