La polémica por las estatuas de Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara en pleno corazón de Ciudad de México ha subido de tono, y esta vez con una propuesta que no dejó a nadie indiferente. La alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, lanzó una idea con picante: subastarlas públicamente para que quienes los veneran, los compren… pero con su propio dinero, no con el del pueblo.
Desde su cuenta en X (la antigua Twitter), Rojo de la Vega no se anduvo con rodeos. “A los comunistas de clóset y a los coleccionistas de dictadores, les traigo una oportunidad única”, dijo con sorna. Y remató: “¿Por qué no subastamos las esculturas de Fidel y el Che? Pero esta vez, ustedes pagan. No con impuestos, no con espacios públicos. Con su plata.”
La propuesta llegó poco después de que la alcaldía retirara oficialmente los monumentos del parque Tabacalera, el pasado 17 de julio. La medida respondió —según la propia alcaldesa— a una exigencia de larga data de los vecinos, hartos de ver en su barrio homenajes a figuras cargadas de violencia, censura y represión.
Para Rojo de la Vega, quitar esas estatuas fue un acto de coherencia democrática y respeto a los derechos humanos. Y no dejó pasar la hipocresía de quienes idolatran esos símbolos: “Hablaban de libertad, pero la imponían a balazos”, subrayó. También fue enfática al decir que ni Fidel ni el Che representan al pueblo cubano, y aplaudió el valor de quienes se atreven a rectificar posturas que por décadas se dieron por buenas.
La iniciativa ha sacudido redes, cafés y titulares. Mientras algunos la ven como una provocación directa, muchos la celebran como un acto de justicia simbólica, una forma de decirle a quienes glorifican dictaduras que ahora, si quieren una estatua, se la compren ellos mismos y se la lleven para su casa.
Desde la comunidad cubana opositora en México, el respaldo a la alcaldesa ha sido claro y rotundo. El periodista José Raúl Gallego recordó que los supuestos actos de apoyo a las estatuas han sido promovidos por la Asociación de Cubanos Residentes en México, una organización ligada a la embajada del régimen en La Habana, y señalada por hostigar a quienes se atreven a disentir.
No es cuento nuevo. Diversos informes han dejado al descubierto cómo el Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba y sus satélites aplican tácticas de vigilancia, acoso y censura, incluso en territorio mexicano. Desde persecución digital hasta presiones institucionales, han intentado replicar las fórmulas represivas del castrismo fuera de la Isla.
Por ahora, las estatuas siguen fuera del parque, y su destino es incierto. Aunque la presidenta Claudia Sheinbaum insinuó que podrían ser reubicadas en algún otro espacio —alegando que forman parte de un “momento histórico”—, lo cierto es que el debate ha reabierto heridas y evidenciado cuánto daño sigue causando la romantización de las dictaduras.
Mientras tanto, el eco de esta propuesta resuena como un golpe en la mesa: si tanto los quieren, que los compren. Pero no con el dinero del pueblo, ni con el espacio público, ni con la memoria de quienes sufrieron bajo esos regímenes. Porque, al final del día, ni Fidel ni el Che fueron héroes: fueron verdugos. Y sus estatuas, como sus discursos, ya no engañan a nadie.