Una tragedia más sacude a La Habana y vuelve a poner el foco en el desastre vehicular que vive el país, especialmente cuando se trata de vehículos manejados por el aparato militar del régimen. Este sábado, un accidente mortal estremeció la zona de las 8 Vías, cerca del Combinado del Este, donde un jeep militar terminó arrollando a un taxi con un turista a bordo.
Según los primeros reportes que han circulado como pólvora por las redes, el jeep habría perdido el control tras sufrir una falla mecánica. El impacto fue brutal: el turista murió en el acto y el chofer del taxi, identificado como “Titico”, un hombre de Varadero muy querido por los suyos, se debate entre la vida y la muerte en el hospital.
Aunque las autoridades todavía no han publicado un parte oficial —como ya es costumbre cuando hay “uniformes” de por medio—, la indignación ciudadana ha ido en aumento. La gente no se traga el cuento del “desperfecto técnico” sin que se investigue a fondo qué condiciones tenía ese jeep militar, por qué iba a tanta velocidad y quién responde por esta pérdida irreparable.
Testigos aseguran que el vehículo estatal iba a una velocidad imprudente para una zona urbana tan transitada. El estado técnico del jeep era, según varios presentes, deplorable, lo cual no sorprende a nadie en un país donde los carros oficiales siguen circulando mientras los del pueblo están varados por falta de piezas, combustible o simplemente por abandono.
Lo más grave de todo es el silencio oficial, ese mutismo selectivo del régimen cuando los responsables del desastre tienen uniforme y chapa verde olivo. Este tipo de accidentes, donde hay vidas humanas de por medio, no puede seguir tratándose como un simple “incidente más”. La ciudadanía exige respuestas, no excusas recicladas ni informes maquillados.
En medio del dolor y la rabia, queda flotando una pregunta que muchos se hacen en voz baja, pero que urge gritar: ¿hasta cuándo van a seguir muriendo inocentes por culpa del descontrol y el abandono estatal?
Cuba está rota, no solo en sus calles llenas de baches o en sus vehículos herrumbrosos, sino en su estructura de valores, donde la vida de un ciudadano vale menos que la inmunidad de un militar. Y eso, compañero, no se puede seguir permitiendo.