En otro acto de cinismo político, Miguel Díaz-Canel se plantó en la Asamblea Nacional para justificar lo que todos en la calle ya sabían: Cuba está dolarizada, y el régimen no tiene otra salida que abrazar el billete verde para sobrevivir.
Con su típico tono de “yo no fui”, el mandatario reconoció que la crisis económica que asfixia al país lo obligó a aceptar una “dolarización parcial”, como si eso no fuera el resultado directo del fracaso de su propia gestión.
“Nos hemos visto obligados a aceptar la dolarización parcial de la economía”, soltó, usando eufemismos para esconder que el peso cubano ya no vale ni para envolver boniato.
Pero lo más indignante no fue eso. Lo realmente ofensivo fue cuando admitió —casi como al pasar— que esta medida “favorece a quienes poseen determinados recursos de capital o reciben remesas”, aumentando las desigualdades sociales. O sea, ellos mismos reconocen que están profundizando la brecha entre los que tienen dólares y los que solo tienen miseria, pero igual siguen adelante.
Y claro, en su discurso no podía faltar la clásica cantaleta: el sistema electroenergético colapsado, la dependencia brutal de las importaciones, la caída de las exportaciones… todo culpa del “bloqueo”, como si no llevaran más de 60 años prometiendo soberanía económica sin resultado alguno.
Cero autocrítica. Cero responsabilidad. Todo es culpa de otros.
Díaz-Canel habló de los apagones, de la falta de comida, de la escasez de medicinas y hasta de la basura sin recoger. Pero en vez de asumir el desastre, se limitó a describirlo como si él no llevara el timón del naufragio. Y como guinda del pastel, soltó otra promesa hueca: “tenemos que elevar la eficacia de la función social redistributiva del Estado”. ¿Con qué? ¿Con discursos reciclados o con tiendas en MLC?
Desde que el régimen oficializó su apuesta por el dólar, la vida del cubano de a pie se ha vuelto aún más insoportable. Las tiendas normales están vacías, los precios en la calle son un chiste de mal gusto, y quien no reciba remesas está condenado a sobrevivir con lo que caiga. Mientras tanto, la cúpula se refugia en sus privilegios, y las soluciones siempre apuntan a beneficiar a los mismos de siempre.
Y no, esto no es una “medida necesaria”, como intentó vender el primer ministro Marrero. Esto es puro control político, como denunció el economista Pedro Monreal, quien no se tragó el cuento de que es por el bien del pueblo. Para él, y para muchos, esta dolarización es una jugada más para concentrar el poder económico en manos del Estado y barrer del mapa a cualquier competencia o iniciativa privada que amenace el monopolio del Partido Comunista.
Como si no bastara, han subido las tarifas de ETECSA, aumentan los impuestos por todos lados y cada semana abren una nueva tienda donde solo se puede pagar en divisas extranjeras. ¿Y el salario del cubano común? Ese sigue siendo en pesos, que valen menos que una promesa del noticiero.
En fin, la cúpula no solo reconoció su fracaso, sino que además lo institucionalizó. Y lo hicieron sin pudor, como si no supieran que el pueblo ya no les cree ni una palabra.
Mientras ellos hablan de «redistribución», la mayoría de los cubanos redistribuyen el hambre entre el desayuno y la cena, y sueñan con el día en que este régimen deje de vender humo y empiece, al menos, a responder por sus propios errores. Pero parece que ese día, todavía, está en otra moneda.