En otro de sus discursos vacíos y desconectados de la realidad, Miguel Díaz-Canel se apareció este viernes ante la Asamblea Nacional del Poder Popular con la muela reciclada de siempre: “no es la primera vez, ni será la última, que la revolución enfrenta momentos difíciles”. Como si repetir consignas pudiera arreglar el desastre que ellos mismos han creado.
El gobernante, cada vez más ajeno al sufrimiento del cubano de a pie, intentó justificar la actual debacle económica con un repaso manipulado de la historia. Se atrevió a comparar la crisis de hoy con épocas como el pacto del Zanjón, la caída de líderes independentistas o la intervención yanqui de hace más de un siglo. Un desvarío total, como si el hambre actual viniera del siglo XIX.
Según él, el pueblo está “preparado” para cualquier nueva desgracia que se venga encima. Claro, como si el pueblo tuviera opción.
La revolución “auténtica” y otros cuentos chinos
Díaz-Canel defendió la supuesta “autenticidad” del régimen y lanzó su dardito a quienes comparan esta etapa con la Cuba anterior al 59, diciendo que eso es “esconder la miseria de aquella época”. Pero omite que ahora la miseria está a cielo abierto, multiplicada, y sin esperanza.
Como ya es costumbre, no asumió ni un gramo de responsabilidad. Todo, según él, es culpa del “bloqueo yanqui” y de que Cuba esté en la lista de países que apoyan el terrorismo. A eso le echó la culpa de la inflación, los apagones, la escasez de alimentos y hasta del mal humor nacional.
La misma excusa gastada para un país que se desmorona por dentro.
Apagones, hambre y más resistencia… pero solo para el pueblo
Aunque reconoció algunos puntos de la crisis —como si no se notaran—, habló del déficit fiscal y del sistema eléctrico colapsado como quien describe una llovizna pasajera. Luego, sin el menor pudor, pidió “disciplina, conciencia, constancia y organización” para “superar” la situación.
Pero nada de renunciar, ni de rectificar, ni de cambiar el modelo fallido. Todo lo contrario: insistió en producir más desde lo local, reducir importaciones y sacar fuerza “del alma revolucionaria”. Pura palabrería mientras las neveras están vacías y los apagones revientan los pocos equipos que quedan.
Díaz-Canel volvió a tirar de su frasecita favorita: resistencia. Como si el cubano no estuviera ya al límite de su aguante, sobreviviendo con dos libras de arroz y sin saber si mañana habrá luz, agua o pan.
“Ni pesimismo, ni derrotismo, ni desánimo”, soltó él, desde su aire acondicionado.
La desigualdad que ellos mismos crearon
En un raro momento de honestidad (o descuido), reconoció que hay desigualdad en la isla. Admitió que la dolarización ha beneficiado solo a los que reciben remesas del extranjero, mientras el resto del pueblo se hunde en la miseria. Eso sí, no dijo ni una palabra sobre cómo piensa arreglarlo.
En resumen, fue otro discurso reciclado, lleno de frases grandilocuentes que no alivian el hambre ni resuelven el apagón. Mientras Díaz-Canel habla de resistencia, el pueblo resiste… pero contra ellos, contra la dictadura, contra el abuso.