En un nuevo acto de autoritarismo disfrazado de institucionalidad, el régimen cubano vuelve a hacer de la Constitución un papelito desechable. Esta vez, el protagonista del cambio no fue el pueblo, ni los “representantes” del pueblo, sino el mismísimo Raúl Castro, quien a sus 94 años decidió que ya era hora de borrar el límite de edad para aspirar a la presidencia. ¿Y quién se lo va a discutir?
Fue el propio Esteban Lazo quien soltó la bomba: el cambio no surgió del Parlamento ni de una demanda popular, sino de una “propuesta” directa de Raúl al Buró Político del Partido Comunista. Y como en Cuba nadie le dice que no al verdadero mandamás, el Consejo de Estado lo aprobó sin chistar, y luego los 440 diputados presentes en la Asamblea Nacional del Poder Popular votaron con una unanimidad que ya da hasta risa. Nadie se opuso, nadie cuestionó, nadie debatió. ¿Democracia? Para nada. Solo un teatro con libreto escrito desde las alturas.
El artículo 127 de la Constitución, que ponía un límite de 60 años para postularse por primera vez al cargo de presidente, fue eliminado de un plumazo. Y la justificación fue, como siempre, una mezcla de cinismo y manipulación: según Lazo, no se debe excluir a quienes estén “en pleno uso de sus facultades” por cuestión de edad, sobre todo en un país envejecido. Claro, ahora resulta que el mismo Raúl que en 2016 se llenó la boca hablando de “renovación generacional” y “límites de mandato”, ahora prefiere la “experiencia” de los más viejos. Traducción: los dinosaurios del poder no quieren soltar el mando.
En 2019, cuando se aprobó la nueva Constitución, se incluyó esa cláusula para impedir que figuras pasadas de años volvieran a la silla presidencial. Pero en el 2024, como ya es costumbre en el castrismo, las reglas cambian según convenga al poder. Nada de consulta popular, ni plebiscito, ni nada que huela a democracia participativa. Se amparan en tecnicismos legales para meter por la ventana lo que no se atreven a poner a votación.
Y como buenos defensores del sistema, salieron varios diputados a aplaudir la movida. Uno de ellos, Yaisel Peter Terry, afirmó que lo importante no es la edad, sino la “fidelidad a la patria”. Otro, Raúl Alejandro Palmero, repitió el viejo cuento de que las leyes deben adaptarse a los tiempos. ¿Cuáles tiempos? ¿Los que marca el abuelo de verde olivo?
La realidad es que Cuba está al borde del colapso demográfico. La población se desploma a una velocidad que asusta: más de 250 mil personas abandonaron el país en 2024, los nacimientos cayeron a niveles de posguerra, y los fallecimientos superan los alumbramientos desde hace años. Según el economista Juan Carlos Albizu-Campos, ya somos menos de ocho millones en la Isla, una cifra que él compara con países devastados por conflictos armados.
Pero, en vez de abrir paso a una nueva generación de líderes, el castrismo insiste en reciclar a los mismos de siempre. Como si el problema del país fuera que no hay suficientes ancianos en el poder. El colmo fue el cierre del último período de sesiones de la Asamblea Nacional, donde Raúl apareció gritando vivas a Díaz-Canel como si estuvieran en una conga revolucionaria. Y claro, Díaz-Canel, obediente, respondió con su “¡Y viva Raúl!”, completando el circo político al que ya nos tienen acostumbrados.
Todo esto ocurrió en medio del escándalo que provocó la exministra de Trabajo, Marta Elena Feitó, quien dijo que en Cuba no hay mendigos, sino “personas disfrazadas”. La Asamblea, por supuesto, la aplaudió. Pero como el pueblo estalló en redes, Díaz-Canel se vio forzado a apartarla del cargo para calmar las aguas. Otro ejemplo más de cómo la élite vive en una burbuja, desconectada por completo del sufrimiento diario del cubano.
El mensaje final está clarísimo: Raúl Castro sigue moviendo los hilos del poder en Cuba, y la supuesta “transición” no fue más que otro cuento chino. Cambian las leyes cuando les da la gana, eliminan límites que ellos mismos impusieron, y venden como “reformas” lo que no es más que el mismo autoritarismo de siempre, solo que ahora con bastón y canas.
