En pleno corazón de Cienfuegos, una familia entera terminó atrapada en las garras de una investigación criminal por su presunta participación en una red de venta de drogas sintéticas. Lo más escalofriante del caso es que todo ocurría bajo el mismo techo, donde convivían menores, parientes, y hasta una adolescente de apenas 16 años. El llamado “papelito”, una peligrosa droga sintética, se convirtió en el oscuro protagonista de esta historia que refleja el colapso ético y social que se vive en Cuba.
La “empresa familiar” del papelito
Según la versión oficial del periódico estatal 5 de Septiembre, esta familia no solo vendía la droga en su casa, sino también en las calles de la ciudad. Aunque no eran consumidores, sí alentaban a otros jóvenes a engancharse en ese infierno químico con el único propósito de sacar tajada.
“Ellos no se drogaban, pero empujaban a otros a hacerlo para llenarse los bolsillos”, explicó la primer teniente Ana Diasmyn Díaz Hernández, de la Unidad de Investigaciones Criminales. Palabras que suenan duras, pero que apenas raspan la superficie de un problema mucho más profundo.
El análisis pericial reveló que el “papelito” estaba impregnado con 5-FLUORO ADB, un cannabinoide sintético extremadamente tóxico. Bastan unas pocas dosis para desencadenar convulsiones, accidentes cerebrovasculares o incluso fallos multiorgánicos. Y lo más macabro: la droga se distribuía en simples hojitas de cuadernos escolares, como si fueran apuntes de clases. Una fachada inocente para una trampa mortal.
De La Habana a Cienfuegos… en taxi
Uno de los implicados fue detenido con las manos en la masa cuando regresaba de La Habana en taxi con la mercancía escondida. Ya están acusados bajo el Artículo 235.1a del Código Penal cubano, que sanciona el tráfico de drogas, aunque en un país como Cuba, donde la justicia responde más al poder que a la ley, todavía está por verse si la cosa llega a algún sitio real.
Una juventud en caída libre
Al menos 20 jóvenes fueron identificados como consumidores, y entre ellos hay cuatro menores: uno de 15, otro de 16 y dos de 17 años. Muchos dejaron los estudios, no trabajan, y han caído sin freno en una dependencia feroz.
Los más jóvenes confesaron que en una sola noche podían meterse hasta cuatro dosis. Si no conseguían la sustancia, sufrían temblores, irritabilidad, y una desesperación brutal. Algunos de estos adolescentes, al verse atrapados, se convirtieron en distribuidores ellos mismos, propagando el veneno en sus comunidades como una cadena sin fin.
El silencio de los mayores y la ceguera del sistema
Una de las cosas más alarmantes es la complicidad pasiva de familiares que sabían o sospechaban lo que pasaba, pero miraron hacia otro lado. Y ni hablar del régimen, que vive repitiendo su cantaleta de “tolerancia cero”, pero lo cierto es que en los barrios de Cienfuegos la droga se mueve con una facilidad pasmosa.
Los consejos populares de Centro Histórico, La Juanita, La Gloria y San Lázaro fueron identificados como focos de la actividad. ¿Y dónde estaba la vigilancia revolucionaria tan cacareada del Partido? Bien gracias.
Del aeropuerto al barrio: el veneno entra por todas partes
Mientras tanto, en los aeropuertos, la cosa también se pone fea. La Aduana informó recientemente que detectaron un caso de droga líquida escondida en el cuerpo de un hombre en el Aeropuerto José Martí. En Cayo Coco, quisieron meterla disfrazada de gominolas y vapeadores. Todo muy “creativo”, pero igual de peligroso.
Durante el último año, los métodos de tráfico se han vuelto más sofisticados. A pesar de los operativos, redadas y juicios públicos —al estilo circo romano—, la droga sigue entrando y circulando como Pedro por su casa, sobre todo porque es barata, accesible, y perfecta para expandirse en escuelas, barrios marginales y redes informales.
¿De qué sirve tanto teatro si la raíz del problema sigue viva?
En junio, el régimen activó su “Tercer Ejercicio Nacional” contra las drogas, corrupción y “conductas antisociales”. Más cámaras, más redadas, más juicios ejemplarizantes. Pero ni con todo ese show logran frenar el deterioro de la juventud cubana.
Porque aquí lo que falta no son leyes ni discursos, sino esperanza, futuro y oportunidades reales.
Mientras la crisis económica, el hambre y la inflación empujan a más y más cubanos al borde del abismo, la droga se convierte en un escape, en una salida oscura, pero rápida. ¿Y qué hace el gobierno? Reprime. Censura. Monta juicios públicos. Pero no resuelve nada.
Cuba, ese país donde una hoja de cuaderno puede convertirse en el boleto al infierno, sigue siendo rehén de un régimen que prefiere apagar fuegos con gasolina antes que reconocer su propio fracaso.