Díaz-Canel insiste en que los cubanos celebrarán el 26 de Julio por todo lo alto: «Celebraremos la certeza de que sí se puede»

Redacción

En plena tormenta de crisis que arrastra a la isla por todos los rincones, Miguel Díaz-Canel salió una vez más con su discurso rancio y desgastado, repitiendo el famoso “sí se puede” como si el pueblo no estuviera sumido en el hambre, la miseria y la desesperación.

Desde su trono en la clausura de otro inservible periodo de sesiones de la Asamblea Nacional, el mandatario del desgobierno cubano soltó con toda la seriedad del mundo que el próximo 26 de julio, en Ciego de Ávila, se celebrará “la certeza de que sí se puede”. ¿Celebrar qué, exactamente? ¿La escasez de comida, el colapso del sistema eléctrico o la estampida de cubanos huyendo del país?

Entre frases hechas y aplausos forzados, Díaz-Canel aprovechó para «agradecer» al pueblo por su resistencia, como si aguantar calamidades fuera motivo de orgullo nacional. Agradeció, según él, por no rendirse “ni cuando falta todo”, y remató con que a veces ni siquiera hay comunicación. Cínico hasta la médula: primero te apagan el país y luego te piden que aplaudas por sobrevivir.

Un homenaje a Fidel… y al desastre

El gobernante también sacó tiempo para anunciar que se avecina el centenario de Fidel Castro, y claro, la mejor forma de rendirle tributo —según él— es seguir cargando con el desastre que el propio dictador sembró. Porque, para Díaz-Canel, lo que hoy sufre el pueblo cubano no es una tragedia, sino una “obra” digna de celebrar.

La dolarización: el parche mal cosido del castrismo

En otro acto de descaro, Díaz-Canel reconoció públicamente que la economía cubana ha sido dolarizada a medias, algo que en otras circunstancias llamarían «traición a los principios de la revolución». Según él, esto se hizo “obligadamente” para sortear la crisis. O sea, que los que tienen dólares —los que reciben remesas o tienen alguna entrada fuerte desde afuera— viven en una Cuba, y el resto en otra bien distinta, con una brecha social que se ensancha a diario.

Y sí, él lo admite, pero no mueve un dedo para cambiarlo.

Dice que este modelo “favorece a quienes poseen determinados recursos de capital”, lo cual es un eufemismo para no decir que el pueblo está siendo estrujado por un sistema que solo funciona para los privilegiados del propio régimen y los que tienen familia afuera. Todo esto lo presenta como si fuera una decisión difícil pero noble. La verdad es otra: el castrismo simplemente se rindió al dólar, pero sin abandonar la represión y el control totalitario.

Crisis por donde se mire, sin soluciones ni vergüenza

El panorama que describió Díaz-Canel fue sombrío, aunque trató de maquillarlo con tecnicismos. Habló de la dependencia de importaciones, del caos en el sistema eléctrico y de cómo todo eso frena la economía. Dijo que por culpa de eso no llegan ni alimentos ni combustible suficientes. Y no, ni una sola palabra sobre la ineficiencia de su propio gobierno ni la corrupción rampante.

También soltó que hay problemas con los medicamentos, con el transporte, la recogida de basura y hasta el agua. Pero en vez de proponer algo concreto, tiró la pelota al “contexto histórico”, como si eso resolviera algo.

Propuso entonces “elevar la eficacia redistributiva del Estado”. Una frase bonita que no significa absolutamente nada viniendo de un gobierno que no ha hecho más que redistribuir pobreza y miseria durante más de seis décadas.

«No será la última vez que enfrentemos un momento difícil»… ¡qué consuelo!

Díaz-Canel cerró su perorata con una frase digna de un panfleto soviético: “No es la primera vez, ni será la última, que la revolución se enfrenta a su momento más difícil”. Y claro, se escudó en la historia: mencionó el Pacto del Zanjón, la intervención yanqui, y otros episodios que ya no conmueven a nadie en la calle.

Lo de siempre: echarle la culpa a factores externos mientras el país se hunde por dentro.

Y como ya es costumbre, volvió con el cuento del «bloqueo» y de la lista de patrocinadores del terrorismo, como si todo lo malo que pasa en Cuba viniera desde Washington y no desde el mismísimo Palacio de la Revolución. Según él, eso tiene un “impacto multiplicado” en la economía. Pero lo que no dijo fue cuánto de ese impacto está multiplicado por la ineptitud del régimen que él lidera.

Mientras tanto, el cubano de a pie sigue esperando, sobreviviendo con lo justo, haciendo magia para comer, y escapando en balsa o en avión si puede. Porque si algo ha quedado claro es que el único “sí se puede” real en Cuba… es el “sí se puede escapar”.

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