El 5 de julio, tres de los arrestados durante las protestas en Guanabacoa fueron puestos en libertad, pero no sin pagar el precio: 25 mil pesos cubanos cada uno. Así, el régimen sigue usando el bolsillo como grillete, y la represión como única respuesta al clamor popular.
Los liberados son Deyanira López, su hermano Donovan Fernando López y su madre Hiromi Moliner, quienes ahora esperan juicio en libertad, según confirmó la activista Evelyn Pineda a Martí Noticias. Pero que nadie se confunda: estar “libres” en Cuba no significa estar a salvo.
Mientras tanto, cinco manifestantes siguen detenidos, algunos encerrados en la tristemente célebre Villa Marista, cuartel general de la Seguridad del Estado, donde abundan los interrogatorios y escasea la justicia.
Entre ellos está Sunamis Quintero García, madre de dos niños, y su primo, Brian Ernesto Cendolla Quintero, un joven de apenas 20 años y padre de un menor. A Brian se lo llevaron el 4 de julio después de ser citado por la policía, todo por aparecer en un video de las manifestaciones.
Pero ahí no termina la historia. Otros tres cubanos —Vladimir, Charles y Armando (este último, apodado «El Nene», esposo de Hiromi Moliner)— también están detenidos, aunque sus familiares no han recibido ni una sola palabra oficial sobre su paradero ni su situación legal. Como si los hubieran tragado los calabozos del régimen.
Y aún hay más. Yerami Oviedo Estrada, arrestado el mismo 29 de junio, permanece hospitalizado en la Sala Penal del hospital militar Carlos J. Finlay, en Marianao. Su salud está en juego: padece asma crónica y su familia, al enterarse tarde de su internamiento, tuvo que correr a llevarle medicamentos. Porque ni eso hay en los hospitales militares de este país.
Todo esto por una simple razón: salieron a protestar contra los apagones, la escasez de comida y el colapso total de los servicios públicos. La gente está harta, y el régimen responde con la misma receta de siempre: represión, amenazas y cárcel.
Estas protestas en Guanabacoa fueron parte de una ola de manifestaciones que sacudió varias zonas del país. Y lo que quedó claro es que en Cuba, decir la verdad en voz alta te puede costar la libertad… o la vida.