En Cuba, no solo se van las personas… también quedan atrás los que no tienen voz: los animales. Esta vez, el corazón partido es el de Luna, una perrita mestiza de apenas año y medio, criada entre cariños y arrumacos, que pronto quedará sola porque sus dueños se largan del país, como tantos otros, buscando una vida mejor.
La organización BAC-Habana encendió las alarmas en redes sociales este fin de semana, pidiendo ayuda urgente para encontrarle a Luna un hogar adoptivo. Porque cuando sus humanos se vayan, ella se queda… sin nadie que le dé sus caricias para dormir ni esa sabanita con la que la arropaban cada noche.
“Prometemos enviarle comida e insumos, aunque estemos lejos”, fue la promesa que hicieron los actuales cuidadores en su mensaje a BAC. Pero todos sabemos que el amor de lejos, y más en Cuba, suele pasar hambre. Ni las croquetas cruzan el mar sin trabas.
Luna no conoce la calle. Nunca fue maltratada. Es una perrita noble, juguetona, mimosa, acostumbrada a vivir con humanos que la traten como parte de la familia. Por eso el abandono —así sea involuntario— puede destrozarla emocionalmente.
La organización deja claro que no cualquiera puede adoptarla. Tiene que ser alguien consciente, responsable, capaz de ofrecerle compañía constante, porque Luna no es un mueble que se deja solo todo el día, es una criatura que siente y sufre. Está vacunada con pentavalente, necesita un refuerzo de desparasitación y vive mejor en interiores, lejos del caos que se vive afuera.
Y aunque exista el Decreto-Ley No. 31 de Bienestar Animal, todos sabemos que en Cuba la ley sirve de adorno cuando no hay voluntad política, ni recursos, ni sensibilidad para hacerla cumplir. Por eso, BAC hará una evaluación estricta antes de entregar a Luna, para asegurarse de que no pase de manos para acabar, como tantos otros animales, en las calles de una isla que ni siquiera puede alimentar a su gente.
“Démosle a Luna la oportunidad de seguir durmiendo arropada, pero esta vez… con la certeza de que nadie más la va a dejar atrás”, concluye la organización. Y es un llamado que pesa en el pecho, porque Luna representa a miles de animales que se quedan mirando las puertas cerrarse sin entender por qué ya no hay nadie al otro lado.
Esta historia no es única. En La Habana, una familia se fue dejando a su perrita perdida; en Mayabeque, un perro quedó desorientado, solo y con hambre; en Camagüey, otro esperó semanas frente a una casa vacía. Y aunque algunos, con suerte, logran salir del país con sus humanos, la mayoría quedan a la buena de Dios.
Porque sí, el éxodo cubano también deja huellas perrunas. Y cada una cuenta una historia de lealtad, abandono y sobrevivencia en un país donde hasta los animales sienten el peso del fracaso del sistema.