En Antilla, provincia de Holguín, se vive una historia que parte el alma y enciende la rabia: un niño de apenas seis años, Marlon de Jesús Cruz Espinosa, ha sido víctima de una salvaje golpiza a manos de su madre y su padrastro, sin que las autoridades hagan absolutamente nada para protegerlo.
La agresión ocurrió tras una discusión doméstica, donde el pequeño fue herido con un machete en un brazo y golpeado brutalmente en el rostro, hasta el punto de perder cuatro dientes. Sí, leíste bien: un niño de seis años macheteado por quienes deberían cuidarlo.
Pero lo más indignante no es solo la violencia cometida, sino la pasividad cómplice del sistema. Ni la madre, Maylin Espinoza Gálvez, ni el padrastro, Hamilton Martínez, han sido encarcelados. Todo lo contrario: siguen tan campantes y, peor aún, el niño continúa viviendo bajo el mismo techo que sus agresores.
Y no es la primera vez. En 2024, el mismo padrastro le dio un golpe en la sien que pudo haberle costado la vida. La denuncia la puso la abuela materna. ¿La respuesta de la Policía Nacional Revolucionaria? Una simple advertencia verbal, como si se tratara de una travesura.
La familia ya tuvo que mudarse de Cuatro Caminos, en Rafael Freyre, hacia Antilla, porque los vecinos estaban indignados con tanto abuso. Pero ni las denuncias, ni las evidencias físicas, ni el clamor popular han servido para mover un dedo dentro de las instituciones encargadas de proteger a los menores en Cuba.
El agresor sigue en libertad bajo fianza. La criatura, marcada por el miedo y el dolor, permanece en un entorno donde el maltrato es pan de cada día. Y las autoridades —esas mismas que tanto se jactan de sus “logros sociales”— siguen cruzadas de brazos, como si la infancia cubana no valiera nada.
Este caso deja en evidencia, una vez más, la descomposición del aparato estatal cubano, donde la impunidad reina, la negligencia institucional es la norma, y los derechos de los niños solo existen en los discursos vacíos del régimen.
La Fiscalía, Salud Pública, el Ministerio de Educación y las organizaciones que supuestamente velan por la niñez están obligadas a actuar. No mañana, no cuando haya otra tragedia. Hoy. Porque cada día que pasa, Marlon está expuesto al peligro y al trauma de vivir bajo el mismo techo que quienes lo destrozaron física y emocionalmente.
El Estado cubano no puede seguir escondiendo la cabeza como el avestruz. Tiene una responsabilidad legal, pero también moral. Porque si no protege a sus niños, entonces ¿a quién protege?