En un país donde el régimen no se cansa de presumir sus “logros científicos”, hay historias que desnudan la crudeza del abandono. Una de ellas es la del doctor Raúl González Hernández, creador del suplemento nutricional Trofin, quien a sus 80 años ha tenido que salir a la calle con un carrito improvisado… para vender café.
Sí, así mismo como lo estás leyendo.
La historia la hizo pública su hija, Elizabeth González Aznar, también científica, en un mensaje estremecedor que publicó en redes sociales en junio, justo el día del cumpleaños de su padre.
“Confieso que entre tanta alegría por tenerte vivo y luchando, en el fondo sentía un tin de tristeza por cómo lo logras… Hoy, como muchos cubanos, sobrevivimos”, escribió.
Una científica más que tuvo que rendirse
Elizabeth tampoco la tuvo fácil. Trabajaba en el Instituto Finlay, pero entre una anemia severa, sangramientos constantes y el estrés de pedalear kilómetros bajo el sol para ir al trabajo (sin contar la censura interna que no perdona ni en la ciencia), tuvo que renunciar.
“La anemia no me dejaba operarme. Cuidarme fue lo primero. Y tú me apoyaste”, escribió, hablándole directamente a su padre.
Intentó volver a su vocación y tocó puertas en dos centros de BioCubaFarma. Nada. Cero. Al parecer, en lugar de respeto, el apellido de su padre les da urticaria a quienes reparten las oportunidades desde arriba. Le dieron la espalda sin explicaciones.
Del laboratorio al carrito de café
Sin entrada de dinero, y con una pensión de miseria, Raúl tuvo que tomar una decisión que a cualquiera le rompería el alma: salir a vender café en la calle. Él mismo lo propuso, sin quejarse. Pero para su hija, fue un puñal directo al pecho:
“Dios mío, ¿un científico jubilado, creador del Trofin, vendiendo café? Me bloqueé”, confesó.
Sin embargo, no se rindió. El viejo profesor se reinventó sin perder la dignidad. Como dice su hija, lo hace sin una pizca de frustración. Porque sabe que el que está equivocado no es él… son ellos.
Un científico de peso, no cualquier graduado
Para los que no lo saben, Raúl González no era un científico de tres por quilo. Fue doctor en Ciencias, investigador titular y creador del Trofin, un suplemento usado por décadas para combatir la anemia en niños, embarazadas, ancianos, pacientes con cáncer, quemados, atletas… ¿Te suena poco?
Ese producto ha sido exportado, vendido en MLC, y presentado en varias formas: jarabe, tabletas, polvos. Un éxito comercial que le ha dejado al Estado ingresos en todas las monedas posibles. ¿Y a él? Ni el 1%.
¿Y el reconocimiento? ¿Dónde está?
No es la primera vez que Elizabeth denuncia lo que han vivido. En marzo pasado contó que su padre lleva décadas pidiendo ayuda para arreglar su Lada, un carro que le regaló Fidel Castro allá por los 70 como “reconocimiento”. Hasta hoy, ni Díaz-Canel, ni el Ministerio de Transporte, ni BioCubaFarma le han dado respuesta.
“Ese 1% de las ganancias del Trofin habría bastado para ayudarlo los últimos 25 años”, dice Elizabeth. Pero claro… “el país no cuenta con esa posibilidad”, es la excusa de siempre.
Y la pregunta es válida:
“¿Vale menos un científico, un maestro, un médico, que un deportista o un cantante?”
Porque mientras este hombre está vendiendo café en un carrito, hay hijos y nietos de dirigentes paseándose en carros de lujo. ¿De dónde salen esos lujos? ¿Quién los paga?
La cara real de la “ciencia revolucionaria”
La historia del doctor Raúl no es un caso aislado. Es el reflejo de un país donde se aplauden las medallas, pero se olvidan los verdaderos héroes. Donde los carteles del Primero de Mayo muestran científicos sonrientes… pero la realidad los pone en carretillas vendiendo café para no morir de hambre.
¿Este es el país que se autodenomina “potencia médica”?
¿Así premian al que dedicó su vida a salvar otras?
