Este 21 de julio, el béisbol cubano perdió a uno de sus grandes guerreros. Pedro Medina Ayón, mítico receptor de los Industriales y símbolo de una época dorada en la pelota nacional, falleció a los 72 años tras complicaciones médicas que se agravaron en cuestión de días. Su muerte no solo enluta al deporte, sino que también deja al desnudo un sistema donde hasta las glorias deportivas terminan atrapadas en la desidia del mismo Estado que antes los usó como trofeos.
El exreceptor fue operado inicialmente el 14 de julio por una oclusión intestinal. Logró superar esa primera cirugía, pero el lunes pasado sufrió una trombosis mesentérica que obligó a una segunda intervención de urgencia. A pesar de los esfuerzos médicos, su cuerpo no resistió. La noticia fue confirmada por el medio oficialista Cubadebate, en otro de esos comunicados que llegan siempre tarde y con tono vacío.
Pedro Medina: el bate encendido y el corazón azul
Nacido en Guanabacoa, La Habana, el 19 de diciembre de 1952, Medina fue un ídolo desde chamaco. Su carrera en las Series Nacionales arrancó en 1972 y para el año siguiente ya se estaba coronando con los Industriales. En el terreno, no había quien lo callara con el bate: 221 jonrones, 886 carreras anotadas y un promedio ofensivo de .295 en 1.456 juegos. Su guante también hablaba claro: .987 de promedio defensivo y un imponente 42.7 % de efectividad atrapando corredores en intento de robo.
Uno de sus días más épicos fue el 15 de diciembre de 1987, cuando soltó tres jonrones en un solo juego, allá en el estadio Cristóbal Labra de Isla de la Juventud. Quien estuvo allí, no lo olvida.
El Héroe de Edmonton
Pedro no solo brilló en casa. Su paso por la selección nacional fue largo y exitoso. Participó en múltiples torneos internacionales, pero si hay un momento que lo eternizó fue en la Copa Intercontinental de 1981 en Edmonton, Canadá. Aquel jonrón salido del banco, cuando Cuba iba abajo contra Japón, no solo empató el juego… le dio un lugar en el Olimpo del béisbol cubano. Desde entonces, lo llamaron El Héroe de Edmonton.
De ídolo a formador: el regreso como entrenador
Luego de colgar los spikes en 1988, Medina se alejó un tiempo del juego. Pero en 1996 regresó, esta vez como director técnico de Industriales, llevándolos al campeonato nacional en su primera temporada como mánager. Dos campañas más al frente del equipo, y siempre presente en playoffs.
Su carrera como entrenador lo llevó también al extranjero. En 1997 dirigió a la selección italiana en la Copa Intercontinental y más tarde, llevó al Grosseto al título nacional en 2004. También dejó huella en Panamá y en la Comisión Técnica de Béisbol de La Habana, formando a nuevas generaciones.
Una leyenda con alma de barrio
La muerte de Pedro Medina ha dejado un profundo vacío. Pero más allá de sus estadísticas, lo que más se recuerda es su humildad, su sabrosura y su entrega total al deporte.
El exlanzador René Arocha compartió una foto de ambos en plena Serie Nacional de los años 80, recordándolo como un «ídolo de muchas generaciones, un tipo muy jovial y carismático». El periodista Yasser Porto lo homenajeó con el video de aquel histórico jonrón en Edmonton, diciendo: “El último grande ‘caído’… Uno de los momentos clásicos de la pelota cubana.”
También el humorista Otto Ortiz lo definió así de claro: “Como receptor fue grande, como persona fue inmenso.” Y no faltaron las palabras sentidas de Omar Franco y Luis Silva, quienes como tantos, crecieron vibrando con los batazos de Pedrín en el Latino.
Silencio oficial, homenaje popular
Mientras la familia ha decidido un velorio íntimo y discreto, las redes se han convertido en un homenaje espontáneo. Porque el pueblo no olvida a quienes le dieron alegría de verdad, en una isla donde cada jonrón servía para aliviar las penas del día a día.
Pero también duele ver cómo, una vez más, una gloria deportiva se va sin que el sistema le devuelva ni una fracción de lo que él le entregó. Porque en Cuba, el régimen aplaude a los campeones mientras ganan, pero los deja en el abandono cuando ya no están bajo los reflectores.
Pedro Medina Ayón se fue. Pero queda su legado, su número 31 y su swing inolvidable. Ese que no se dobla ante ningún gobierno, y que vivirá en la memoria de un pueblo que sigue buscando sus verdaderos héroes fuera de la propaganda.