En un país donde la mayoría sobrevive entre apagones, colas eternas y una pobreza que ya parece parte del paisaje, el nieto de Fidel Castro se pasea por Instagram como si viviera en otro planeta. Y en cierto modo, lo hace. Sandro Castro, con más de 120 mil seguidores, se ha convertido en el influencer menos esperado de Cuba… y en el símbolo más obsceno del fracaso del castrismo.
Así lo retrató el diario italiano Corriere della Sera, que lo describió sin rodeos como “el símbolo del declive de la Revolución”. Y es que la imagen que proyecta este joven, criado entre lujos en Punto Cero, contrasta brutalmente con la miseria que vive el pueblo cubano.
Un show grotesco en clave socialista
En sus redes sociales, Sandro no escatima en extravagancia. Lo mismo aparece posando con autos de alta gama que bailando con una Cristal en la mano, rodeado de mujeres en poses sugerentes. En una escena que parece escrita por un guionista de parodia, se le ha visto con sangre falsa en la boca al estilo vampiro o con calzones rojos amarrados al cuello para “homenajear” el Día de la Mujer. Todo esto, claro, mientras lanza discursos «por la paz» con una paloma en la mano y cara de que ni él se cree lo que dice.
Pero detrás de esa fachada “cool” de influencer, lo que se esconde es algo mucho más podrido: el descaro de una élite que ha vivido siempre del poder, desconectada por completo de la realidad del cubano de a pie. Mientras el pueblo lucha por encontrar un pedazo de pan o una pastilla para el dolor, este nieto de dictador convierte su privilegio en contenido viral.
La herencia del castrismo, en versión caricatura
Lo que más indigna no es que Sandro viva bien. Es que lo haga con tanta impunidad, como si los años de represión, hambre y sacrificio impuestos por su abuelo no significaran nada. Como si la “Revolución” no hubiera sido más que un trampolín para que su descendencia heredara no una ideología, sino un estilo de vida.
Así lo expresó el historiador cubano Sergio López Rivero al diario español El País, al describirlo como “la caricatura convaleciente del castrismo”. Y no le falta razón: Sandro no disimula, no oculta, no se justifica. Más bien exhibe sin pudor el verdadero rostro del sistema: uno que predicó sacrificio mientras sus hijos y nietos vivían como reyes.
Una Cuba desangrada, un Sandro en fiesta
Hoy Cuba está en ruinas. Hay apagones diarios, inflación galopante, hospitales sin medicamentos y un éxodo que no se detiene. En medio de esa tragedia colectiva, las imágenes de Sandro bailando en fiestas privadas, asistiendo a eventos exclusivos o burlándose del precio del pollo son un insulto que duele más que cualquier discurso oficial.
Como dijo el cubano Juan Pablo Peña al Corriere della Sera, “Cuba se convirtió en lo que Fidel nunca quiso”. Pero la frase se queda corta. Lo que hay ahora es un monstruo creado por el propio Fidel: un sistema de privilegios heredados, corrupción institucionalizada y una élite que se cree intocable.
Sandro, hijo del poder, reflejo del desastre
Nacido en 1992, en plena crisis del “Período Especial”, Sandro nunca pasó hambre, nunca supo lo que es hacer cola bajo el sol por un poco de arroz. Creció protegido, rodeado de lujos, mientras la gente afuera sobrevivía como podía. Y ahora, con su show mediático, deja en evidencia lo que muchos llevan años denunciando: la Revolución no fue más que una farsa diseñada para beneficiar a unos pocos.
Para algunos, su comportamiento es una traición a la memoria de su abuelo. Para otros, simplemente es el producto natural de un sistema podrido desde sus cimientos.
“Sandro no necesita abrir la boca. Su vida entera es una acusación contra el castrismo”, como bien dijo el escritor cubano Amir Valle. Y es que, sin proponérselo, este influencer convertido en meme ha hecho algo que ningún opositor ha logrado con tanta eficacia: exponer, en carne viva, la hipocresía y el fracaso de una dictadura que ya no tiene ni máscaras que ponerse.
