En La Habana, donde cada peso cuenta y la lucha diaria por la comida se ha vuelto una batalla sin fin, una cubana decidió alzar la voz contra un engaño callejero que, según ella, ya se ha vuelto práctica común entre algunos vendedores ambulantes. La protagonista del relato, identificada en Instagram como @marilyndalop, se lanzó a las redes con un video donde explica cómo la intentaron estafar con algo tan simple —y tan peligroso— como una pesa digital.
Con la pesa en mano, Marilyn mostró cómo estos timadores cambian la unidad de medida a onzas, en vez de libras, algo que a simple vista puede pasar desapercibido. “Ellos te lo ponen en onzas, y así te tumban fácil dos, tres, hasta cinco libras”, advirtió. Y no es exageración: los números suben más en onzas, el cliente ve una cifra grande y paga sin darse cuenta del truco.
Lo más turbio del asunto es cómo lo hacen. Te enseñan la pesa tan rápido que no te da chance ni de leer. Solo ves el número, pero no notas que no está en libras, y ahí es donde te arrancan el dinero sin pestañear. Un tomate que en peso real debería costar 500 pesos, termina saliéndote en mil si te meten dos libras «fantasmas».
Marilyn, visiblemente molesta, apuntó algo que duele aún más: “Me da mucha lástima con los viejitos, porque ellos no se fijan en esos detalles. Los engañan fácil, y la vida está demasiado dura para que encima te estafen así”. Sus palabras, cargadas de impotencia, tocaron una fibra colectiva.
El video explotó en redes. Y no fue solo el algoritmo: la gente se identificó. Decenas comentaron haber pasado por lo mismo. “Tremendo dato ese, mira cómo con una bobería te están robando en la cara y ni cuenta te das”, escribió uno. Otro más precavido dijo que ya no sale sin su propia pesa de bolsillo, igualita a la de los vendedores, para asegurarse de que nadie lo engañe.
Y claro, no falta quien contó que, al pedir ver la pesa, algunos vendedores se molestan y hasta se ponen bravos. Como si desconfiar fuera un pecado, cuando lo que se está defendiendo es el pan del día.
Este tipo de estafa no es casual ni aislada. Es un síntoma más de un país donde la miseria ha dejado el terreno fértil para el abuso, la viveza y el descaro. La escasez no solo empobrece los bolsillos, también va erosionando el alma colectiva. Y mientras el régimen se entretiene con discursos vacíos, en las calles de Cuba el pueblo sigue cayendo en trampas burdas para poder comer.
Lo que denunció Marilyn no es solo una anécdota: es una radiografía de cómo la desesperación, mezclada con impunidad, se ha convertido en parte del día a día. Porque en una Cuba quebrada, hasta pesar un tomate puede convertirse en otro motivo para sentirse robado.