Después de una búsqueda que tuvo en vilo a toda una comunidad, el anciano Edy Rodríguez Columbié fue encontrado con vida este miércoles, aunque golpeado y severamente deshidratado. El hallazgo, en medio de la desesperanza, trajo algo de alivio a una familia que ya temía lo peor, y encendió nuevamente el debate sobre la ineficiencia del régimen para proteger a sus ciudadanos más vulnerables.
El periodista independiente Miguel Reyes, desde su plataforma en Facebook Miguel Noticias, fue quien dio la buena nueva. Confirmó que Rodríguez está siendo atendido en un hospital de Guantánamo, fuera de peligro por el momento, aunque bastante maltrecho por lo vivido. Según relató un familiar cercano, “Miguel, gracias a Dios apareció. Estaba golpeado y deshidratado, pero vivo. Ahora está en el hospital. Gracias a todos los que ayudaron. Dios los bendiga”.
La historia de Edy refleja una dura realidad que muchas veces se esconde bajo la alfombra. El anciano, vecino del municipio de Imías, había viajado a la capital provincial para acompañar a su hermano enfermo en una operación. Pero en algún punto del trayecto o en medio de las gestiones hospitalarias, desapareció sin dejar rastro. La familia, preocupada, activó una búsqueda por redes sociales y entre vecinos, tratando de evitar que su madre —con problemas del corazón— se enterara del drama.
Aunque también se notificó a las “autoridades”, la historia fue la de siempre: poca acción, mucho silencio y una comunidad teniendo que resolver por su cuenta. Las redes sociales y la solidaridad entre cubanos fueron, una vez más, los verdaderos salvavidas ante la indiferencia del aparato estatal.
Este caso se suma a otros igual de alarmantes. En días recientes, se conoció la desaparición de Héctor Llanes Saavedra, otro anciano que vive en Camagüey y del que no se sabe nada desde hace más de una semana. El periodista en el exilio José Luis Tan Estrada fue quien hizo la denuncia pública. “Necesitamos su ayuda. El señor de la foto lleva siete días desaparecido”, escribió, apelando al corazón del pueblo ante el silencio oficial.
En medio del colapso de los servicios básicos, del abandono sistemático a los ancianos y de una burocracia que solo actúa con órdenes desde arriba, la vida de los más frágiles sigue pendiendo de un hilo. El caso de Edy, por suerte, no terminó en tragedia. Pero ¿cuántos más no corren la misma suerte en silencio, sin que nadie los busque, sin que nadie los escuche?