En medio del desastre energético que tiene al país a media luz y con el pueblo colgado de la esperanza, el régimen cubano ha decidido «sacrificarse» y permitir que el carnaval de Santiago de Cuba se celebre entre el 23 y el 27 de julio. Un gesto que, más que generosidad, parece una jugada desesperada para no encender aún más los ánimos en una ciudad con historia de estallidos sociales.
Santiago, conocida por su espíritu caliente y su amor por la calle, no perdonaría fácilmente la suspensión de su tradicional Rumbón Mayor, y el gobierno lo sabe. Por eso, ha optado por una estrategia que mezcla pan y circo con toques de represión: sí hay carnaval, pero limitado hasta las 10 de la noche. Ya tú sabes, que la gente baile, pero bajo control.
“Jugamos con la cadena, pero el mono no se toca”, parece ser la consigna de los mandamases, que buscan mantener la fiesta lo justo para calmar tensiones, pero sin perder el control absoluto de la calle.
La Agencia Cubana de Noticias, siempre prestada a maquillar la realidad, compartió declaraciones del director de la Empresa Eléctrica en Santiago, Javier Calero Román, quien reconoció con cara seria que el déficit energético está “agudizado” por la salida de la Central Termoeléctrica Antonio Guiteras. Sin embargo, insistió en que se han “reorganizado los horarios del carnaval para proteger a la población”. Más bien para proteger al sistema, habría que decir.
La presidenta de la Asamblea Municipal del Poder Popular, Yaneidis Hechavarría, detalló que los desfiles irán de 6:00 p.m. a 10:00 p.m., mientras que las áreas festivas abrirán desde las 2:00 p.m. Lo que no dijo fue cuántos boinas negras y policías vestidos de civil estarán velando para que, a las 10 en punto, no quede ni un alma con una maraca en la mano.
Según el discurso oficial, estas decisiones “responden al sentir popular”, sobre todo tras los interminables apagones que han dejado a muchos barrios en tinieblas. Pero todos en Santiago saben que las decisiones no vienen del pueblo, sino desde arriba, bien amarradas por los hilos del control y la censura.
Para completar el cuento, el director provincial de la Empresa de Producciones Industriales y Alimentarias, José Arce, prometió que “hay recursos básicos” para la oferta gastronómica. Incluso afirmó, sin ponerse colorado, que “la panadería será la principal fuente de información y abastecimiento durante estos días”. Como si la gente pudiera alimentarse de pan y propaganda.
Lo que no dijo Arce es que la mayoría de la comida la venderán los privados —esos mismos que el régimen vigila como si fueran enemigos del pueblo— con precios que están por las nubes y fuera del alcance del cubano de a pie. ¿Carnaval popular? Sí, pero solo para quienes tengan bolsillo.
En definitiva, el carnaval no se cancela, pero será una versión vigilada, reducida, y limitada por decreto. Un carnaval con correa corta, donde la alegría tendrá horario, y el miedo, presencia garantizada. La música sonará, sí, pero bajo la sombra de un régimen que solo permite la fiesta cuando le conviene… y hasta que se le acabe la paciencia o la corriente.