Mientras el turismo en Cuba hace aguas por todos lados, República Dominicana se ha convertido en el nuevo Varadero para miles de cubanos que buscan algo más que sol y playa. Lo que antes era una escapada ocasional, hoy se ha transformado en un punto de encuentro para familias partidas por la emigración, que hallan entre palmeras y todo incluido, un respiro a tanto dolor acumulado.
Solo en junio de 2025, más de 19 mil cubanos residentes en la isla volaron rumbo a Dominicana, marcando el mejor sexto mes en la historia reciente de ese país con respecto a turistas cubanos. Pero que no se confunda: esto no es turismo de placer, es turismo de reencuentro, de abrazos postergados, de lágrimas contenidas durante años que ahora brotan en un lobby de hotel o a la orilla del mar.
Las cifras oficiales del Ministerio de Turismo dominicano hablan claro: 43,218 cubanos cruzaron el estrecho en solo seis meses, y todo apunta a que el récord de 96 mil visitantes de 2022 quedará en el retrovisor. Las agencias ya tienen la jugada montada. Ofrecen paquetes con visado fácil, vuelos directos y precios accesibles para quienes viven en una isla donde ya no se puede ni soñar.
¿La fórmula? Sol, comodidades, menos burocracia… y la posibilidad real de ver a mamá o al hijo que se fue hace diez años.
Todo esto ocurre mientras en Cuba los hoteles se caen a pedazos y los turistas brillan por su ausencia. De enero a junio, el régimen perdió más de 319 mil visitantes en comparación con 2024, una caída estrepitosa del 25% que deja las habitaciones de Varadero y La Habana vacías y al sistema turístico del país al borde del colapso.
Ni los rusos ni los canadienses quieren ya pasar sus vacaciones en medio de apagones, colas y una pobreza que golpea desde que aterrizas.
Las redes sociales están llenas de relatos como el de una joven turista latina, que no pudo contener su tristeza tras visitar la capital: “En La Habana sí se sufre por la comida. Se ve un pueblo que está muriendo lentamente… niños con hambre, ancianos sin medicamentos, casas a punto de caer.” Eso no lo tapa ningún spot publicitario ni discurso desde el Palacio de la Revolución.
Mientras tanto, en Dominicana todo fluye. No solo ofrecen playas de ensueño, sino que también entendieron que el turismo puede ser una vía para unir a las familias. Ya en 2023, la viceministra de Turismo Jacqueline Mora lo decía sin tapujos: por cada 10 cubanos que llegan desde la isla, hay 60 viniendo desde Miami para reencontrarse.
Las autoridades dominicanas han hecho su parte. Desde 2022, los cubanos ya no necesitan visado de tránsito si hacen escala en el país, y aerolíneas como Sky Cana han reforzado las rutas entre La Habana y Punta Cana, sobre todo los fines de semana, cuando se producen la mayoría de los encuentros familiares.
Para muchos, Dominicana es hoy ese segundo hogar que Cuba ya no puede ofrecerles. Allí no hay que pagar sobornos para sacar un pasaporte, ni lidiar con inspectores entrometidos, ni pedirle permiso al Estado para poder ver a tu madre. Solo se necesita el deseo de abrazar sin miedo.
En lugar de regresar a una isla donde todo es caro, escaso y complicado, los emigrados prefieren invertir en un viaje donde puedan compartir con los suyos en condiciones humanas. Porque en Cuba, hasta un simple abrazo puede convertirse en un calvario con sello oficial.
Este fenómeno no es pasajero ni moda turística. Es una salida emocional y logística a una crisis social provocada por un régimen que insiste en levantar más hoteles vacíos, mientras su pueblo pasa hambre. Dominicana ha comprendido que el turismo también puede ser un acto de amor, de alivio, de dignidad. Mientras tanto, el gobierno cubano se enreda en cifras maquilladas, promesas huecas y un modelo agotado que ya ni los suyos creen.
