En pleno siglo XXI, mientras el mundo apuesta por la innovación médica, el régimen cubano retrocede al tiempo de las abuelas y sus infusiones, como si el tilo, la menta o la sábila pudieran reemplazar antibióticos, analgésicos y tratamientos modernos. La grave crisis del sistema de salud en la isla ha obligado al Gobierno a lanzarse con todo a la producción de plantas medicinales como “alternativa” ante la alarmante escasez de medicamentos.
En Pinar del Río, donde el panorama sanitario parece sacado de una película posapocalíptica, las autoridades han duplicado las hectáreas dedicadas al cultivo de hierbas curativas. De 50 hectáreas este año, piensan sembrar 100 en 2025, según comentó Lérida María Sánchez Díaz, jefa del programa de Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar. Todo con el pretexto de garantizar materia prima para la elaboración de medicamentos, aunque en la práctica, lo que garantizan es la confirmación del colapso total del sistema de salud pública.
Hospitales en ruinas y farmacias fantasmas
La situación es insostenible. Los hospitales están cayéndose a pedazos, los consultorios de barrio son cascarones vacíos, y los médicos sobreviven sin recursos, haciendo malabares con lo poco que les queda. La escasez de medicamentos ha llegado al punto de obligar a muchos cubanos a apostar por el mercado negro o buscar milagros en remedios caseros, porque lo que no hay en la farmacia, hay que inventarlo en casa… o simplemente aguantar.
En ese contexto, el régimen saca pecho con su “estrategia verde” y convierte el cultivo de plantas medicinales en la gran apuesta para enfrentar la falta de fármacos industriales. Se habla de compromisos para producir 48 toneladas de estas hierbas en Pinar del Río en 2025, el doble de lo que se lograba en años anteriores. Y lo más irónico: no solo para el consumo local, sino también para otras regiones del país. Como si de verdad se pudiera curar una neumonía con té de llantén.
La agricultura medicinal: un parche mal pegado
El plan incluye 11 fincas dedicadas únicamente a este fin, y la integración de cultivos “rústicos” como el plátano y la guayaba en la producción de preparados. Según Sánchez Díaz, ya no dependen de otras provincias para surtirse de plantas como la sábila, sino que ahora “exportan” hacia otras zonas. Todo esto mientras los organopónicos se adaptan con canteros semiprotegidos para especies más frágiles, como el tilo.
Pero no hay que dejarse engañar: esta maniobra es más un parche improvisado que una solución real. Porque aunque las hierbas puedan aliviar un dolor de estómago o un resfriado, no hay cocimiento que cure la desidia del sistema. El pueblo lo sabe, lo comenta bajito en la cola de la farmacia vacía o en la sala de espera sin médicos: ¿cómo se va a curar un país con infusiones, cuando lo que falta son medicamentos, higiene, personal y esperanza?
Una estrategia de propaganda más que de salud
Esta apuesta por lo “natural” no es más que otra fachada del régimen para maquillar el derrumbe de su industria farmacéutica, incapaz de garantizar siquiera lo más básico. Lo que antes fue orgullo nacional, hoy es solo un recuerdo: farmacias desabastecidas, hospitales desmantelados y doctores que, en lugar de recetar, se disculpan.
La medicina verde puede tener su lugar, claro está. Pero presentarla como la “solución” a una crisis estructural de salud es un insulto a la inteligencia del pueblo cubano. Es como si en vez de arreglar una casa derrumbada, el gobierno se contentara con sembrar flores en el jardín.
Mientras tanto, el régimen sigue vendiendo su falso relato de autosuficiencia, como si unas cuantas matas de menta pudieran tapar la cruda realidad: en Cuba, la salud ya no se cuida… se improvisa. Y lo único que crece con fuerza no son las plantas, sino el abandono.