En medio de un panorama cada vez más turbio para la salud pública en Cuba, las autoridades del régimen han confirmado cinco casos críticos de dengue, justo cuando el país lidia también con la propagación de la fiebre de Oropouche. El anuncio vino con el tono usual de calma artificial que ya nadie se traga, en boca del doctor Francisco Durán, quien aseguró que la situación “solo está un poco más compleja”. ¿Un poco? Si esto no es crisis, no sabemos qué es.
Según Durán, Cienfuegos, en específico el municipio Rodas, se sumó recientemente al mapa de transmisión del dengue, mientras que el virus de Oropouche ya anda haciendo estragos en 11 provincias, 12 municipios y 20 áreas de salud. Pero claro, como siempre, el discurso oficial minimiza. No hay que alarmarse, dicen, aunque el mosquito Aedes aegypti está campando por su respeto desde Pinar del Río hasta Santiago de Cuba.
El epidemiólogo, como quien no quiere las cosas, mencionó que la COVID-19 también sigue rondando, con nuevas cepas detectadas en al menos 30 países, lo que suma más leña al fuego en este panorama sanitario desastroso. Pero ni una palabra sobre los recursos que faltan, ni sobre los hospitales colapsados, ni sobre el abandono de las comunidades donde la basura y los criaderos de mosquitos son el pan de cada día.
Lo que sí desató la furia popular esta semana fue la noticia —ocultada por los medios oficialistas— del fallecimiento de un niño de ocho años en Manzanillo, presuntamente por dengue hemorrágico. El pequeño, Jorge Daniel Varela Veliz, murió en apenas tres días luego de presentar fiebre alta. Su madre, Yaquelin Veliz, es una figura conocida en el ámbito cultural infantil, y su abuelo, un nefrólogo respetado en la región. Pero ni el prestigio familiar pudo salvarlo del desastre sanitario que azota la isla.
Y aquí viene lo indignante: frente a la casa del niño había un vertedero sin recoger desde hacía semanas, un criadero perfecto para el mosquito transmisor. Solo después de su muerte fue que se aparecieron a limpiar. “Todos sabíamos del basurero en la esquina. Lo limpiaron cuando ya no había nada que hacer”, denunció con rabia uno de los vecinos.
Este caso ha vuelto a poner en la mira el desastroso estado de los servicios públicos en Cuba, desde la recogida de desechos hasta la prevención de epidemias. Lo que debería ser una prioridad —proteger la salud del pueblo— sigue siendo víctima del abandono, la desidia y la falta de voluntad política. Porque cuando el gobierno invierte más en represión que en sanidad, el resultado es este: niños que mueren por enfermedades prevenibles, mientras los de arriba siguen dando discursos vacíos en televisión.
La Cuba real no se esconde detrás de partes médicos tibios ni de promesas recicladas. Está en cada basurero, en cada hospital sin insumos, en cada madre que entierra a su hijo por culpa de un sistema que hace mucho tiempo dejó de cuidar a su gente.