En medio del abandono institucional y el deterioro generalizado que se vive en Cuba, los bomberos siguen siendo de los pocos que dan la cara cuando se trata de salvar vidas, incluso con recursos mínimos y un país que se les cae encima. Así quedó demostrado este lunes en Holguín, cuando un hombre colapsó por agotamiento extremo en la azotea de su casa y quedó varado allí, sin fuerzas para bajar.
La escena fue compartida por páginas oficialistas, como “Realidades desde Holguín”, que por un momento dejaron de repetir consignas para reconocer la labor del Comando Provincial 25. Fueron los vecinos quienes alertaron al cuerpo de rescate, porque en Cuba, si no es por la solidaridad del pueblo, uno se muere esperando.
El hombre, completamente deshidratado y fuera de sí, estaba en peligro real de caerse del techo. La rápida respuesta de los bomberos evitó lo peor. Lo estabilizaron allí mismo y aplicaron técnicas de rescate vertical con cuerdas y arneses para bajarlo sin comprometer su estado. Fue una operación delicada, ejecutada con precisión y entrega, a pesar de la miseria en la que trabajan estos equipos.
Este tipo de acciones, que apenas rozan la superficie del discurso oficial, revelan una verdad incómoda: mientras el régimen se desvive en actos políticos vacíos y propaganda, hay cubanos fajados en la calle haciendo el trabajo que de verdad importa.
En La Habana, una anciana de 85 años fue evacuada de un edificio en ruinas gracias a la intervención de rescatistas. De no ser por ellos y por los vecinos que dieron la voz de alarma, las consecuencias habrían sido trágicas. También en la capital, otro grupo de bomberos rescató a un joven que quedó atrapado en una fachada tras intentar escalar un edificio, quizás empujado por la desesperación o la necesidad.
Lo más fuerte es que ni siquiera se necesita un uniforme para actuar con humanidad. Dos muchachos se lanzaron sin pensarlo a un canal para salvar a un niño que había caído. No eran expertos, no tenían equipos, pero hicieron lo que no hace un sistema que lleva décadas dándole la espalda a su pueblo.
En Las Tunas, hasta un gato atrapado en un pozo movilizó a vecinos y bomberos. En un país donde sobrevivir ya es un acto heroico, estas pequeñas acciones se convierten en símbolos de resistencia y humanidad.
Y en Lugerio, una madre desesperada entró a su casa en llamas para salvar a su hija. Los bomberos llegaron justo a tiempo para evitar que la tragedia fuera total. Esa escena lo resume todo: mientras el país arde, es el pueblo —y no el régimen— quien se lanza al fuego para salvar a los suyos.
La verdadera Cuba está en esos gestos. En el vecino que avisa, en el joven que se lanza al agua, en el bombero que se juega la vida sin tener ni una cuerda nueva. Esa es la Cuba real, la que sobrevive a pesar del desastre que la gobierna.
