En pleno corazón de Ciudad de México, un grupo de cubanos exiliados alzó la voz donde antes se alzaban las estatuas de dos íconos del castrismo: Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara. El parque de la Tabacalera, en la alcaldía Cuauhtémoc, fue el escenario de este gesto simbólico y cargado de dignidad, justo donde hace poco fueron retiradas esas figuras de bronce que glorificaban a dos verdugos del pueblo cubano.
Pero no fue un acto cualquiera. Allí, sentados frente al banco que una vez sirvió de pedestal para esas estatuas, estos cubanos colocaron carteles con los rostros de los verdaderos héroes de la isla: los presos políticos, los que hoy sufren cárcel por soñar con una Cuba libre. Entre los presentes estaban el periodista José Luis Tan Estrada y la cineasta Laura Batista, junto a la antropóloga Hilda Landrove, quien dejó claro en redes sociales que el objetivo era reclamar el espacio público y despojarlo del discurso autoritario. “Fuimos para que no sigan hablando en nuestro nombre, para recordar que la calle NO es de Fidel, que nos importan las víctimas, no los héroes de cartón piedra”, escribió.
El mensaje fue directo y sin rodeos. No se trató de atacar símbolos por capricho, sino de visibilizar a quienes el régimen ha tratado de borrar del mapa. Uno de esos nombres es el de Duannis Taboada, joven cubano en huelga de hambre, preso por el único delito de exigir libertad. En una declaración compartida por el medio independiente Rialta, los exiliados afirmaron: “Nuestros héroes no son estatuas. Están presos, exiliados, perseguidos. Ellos son los que merecen homenaje, no los tiranos de siempre”.
El acto de estos cubanos fue también una respuesta a la ola de críticas que ha desatado la remoción de las estatuas, decisión tomada por la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega. La presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, reaccionó con furia, calificando la acción como “ilegal”, “hipócrita” e “intolerante”. No solo exigió que las estatuas fueran devueltas, sino que también dejó ver su molestia por lo que considera una afrenta ideológica.
Lo irónico es que la propia Sheinbaum acusó de contradicción a la alcaldesa por haber vacacionado en Cuba, como si eso fuera sinónimo de fidelidad a la dictadura. El gobierno capitalino, en conjunto con el INAH, el INBAL y la Secretaría de Cultura, quiere ahora reubicar las esculturas en otro espacio, con la excusa de “resolver el conflicto de manera institucional”. Una manera elegante de seguir lavándole la cara al castrismo fuera de la isla.
Mientras tanto, los cubanos exiliados siguen firmes en su mensaje. “Esta calle NO es de Fidel”, repiten con fuerza, como un grito que resuena más allá de un banco vacío. Porque el espacio público debe pertenecer a la gente, no a la propaganda. Porque las estatuas pueden caerse, pero la memoria de los que luchan por la libertad no se borra con nada.