En una de esas esquinas donde el abandono estatal se respira en cada grieta, entre el Malecón y la Avenida Italia —o Galiano, como le decimos de toda la vida—, un grupo de muchachos le plantó cara al olvido. Con pura creatividad, desechos reciclados y toneladas de voluntad, convirtieron lo gris en color, lo triste en esperanza.
Ahí mismo, en pleno Centro Habana, donde los edificios se tambalean y el gobierno ni se asoma, jóvenes arquitectos, artistas, estudiantes y vecinos metieron mano y corazón para levantar un oasis urbano. Neumáticos viejos, tablones abandonados y brochas cargadas de pintura bastaron para darle vida a un espacio que la dictadura dejó morir hace rato.
Este milagro urbano forma parte del proyecto Avenida Italia, una iniciativa respaldada por la Agencia Italiana para la Cooperación al Desarrollo (AICS), en alianza con el gobierno provincial habanero y el municipio de Centro Habana. Pero no nos engañemos: sin el empuje ciudadano, sin el ingenio de la juventud, esto no pasa de ser otro convenio en papel mojado.
El arquitecto Kiovet Sánchez, del colectivo Ad Urbis, fue uno de los que guio el proceso. Con él, un grupo de 16 jóvenes se metió de lleno en lo que llaman urbanismo táctico, una filosofía de acción rápida, barata y, sobre todo, transformadora. Y como bien dijo Kiovet: “Lo importante no es el resultado, es el proceso”. Un proceso que no solo construyó bancas y murales, sino también sueños, comunidad y sentido de pertenencia.
Durante dos semanas, se fajaron con talleres sobre urbanismo sostenible. Imaginaban un futuro diferente para esa esquina frente al mar, donde hoy solo reina el descuido del régimen. Analizaron los problemas, propusieron ideas y las ejecutaron con sus propias manos. El resultado: bancos con gomas recicladas, juegos pintados en el suelo, áreas de sombra y murales vibrantes que le cambiaron la cara al barrio.
Y todo eso sin una gran inversión ni promesas vacías. Solo con ganas de transformar desde abajo lo que el poder de arriba ha dejado podrirse. Desde cavar drenajes hasta levantar estructuras, todo fue hecho por gente común que decidió no esperar más por el “milagro revolucionario”.
La AICS lo dijo bien clarito en sus redes: esto fue “un ejercicio de poner en diálogo las almas de un pedazo de Centro Habana”. Y vaya que lo lograron. Porque aquí no se trató solo de pintar paredes, sino de recuperar un espacio para la gente, de sembrar dignidad donde el régimen sembró abandono.
Además del impacto visual, esta intervención urbana promueve algo que a la dictadura le da urticaria: la participación ciudadana, la equidad, la sostenibilidad y el empoderamiento juvenil. Los muchachos que se fajaron en ese rincón olvidado son estudiantes y profesionales de carreras como arte, geografía, sociología o diseño, y hoy tienen la dicha de ver su esfuerzo convertido en algo tangible, útil y bonito.