Lo que empezó como un roce en la vía entre un microbús y una conductora de ciclomotor, terminó en una escena de violencia que revela mucho más que un simple altercado de tránsito. El pasado viernes, a pocos metros del Hospital Frank País, en el municipio habanero de La Lisa, una mujer lanzó una piedra contra un microbús de la ruta 48, rompiendo el parabrisas trasero del vehículo. Lo que más llama la atención no es el vidrio roto, sino la rabia acumulada que estalló de forma literal y pública.
Todo ocurrió el 25 de julio a la 1:50 de la tarde. El chofer del microbús intentaba incorporarse a la senda derecha para detenerse en su terminal cuando, al parecer, la maniobra fue malinterpretada por una conductora de ciclomotor como una invasión de carril. No hubo choque, ni contacto físico, y el conductor incluso se disculpó y siguió su camino. Pero la historia no terminó ahí.
Minutos después, ya en la parada recogiendo pasajeros, la mujer regresó furiosa y, sin decir una palabra, lanzó una piedra que impactó con fuerza en la parte trasera del vehículo, dejando el cristal hecho añicos. Luego intentó huir, pero fue detenida por agentes del DTI y trasladada a la estación de la PNR en La Lisa.
El ministro de Transporte, Eduardo Rodríguez Dávila, no tardó en salir a condenar el hecho, recordando que la unidad dañada es una de las 50 recién incorporadas al escuálido sistema de transporte habanero. “Se puso en peligro la vida de los pasajeros”, dijo, mientras pedía el “mayor repudio” ante un ataque que afecta a bienes públicos que —según él— tanto han costado conseguir.
Y aunque no le falta razón en cuanto a la gravedad del hecho, el régimen sigue usando estos episodios para desviar el foco del problema real: el colapso total del sistema de transporte en Cuba. La frase del director de Taxis Cuba, Jaime Morera Estévez, lo deja claro: “Una pedrada rompe más que un parabrisas”. Sí, rompe la paciencia, la tolerancia y la estabilidad emocional de una ciudadanía que se ve obligada a sobrevivir en medio de una crisis que no cesa.
Este no es un caso aislado. Entre marzo y abril de este mismo año, al menos cuatro guaguas fueron apedreadas en diferentes puntos de La Habana, incluyendo rutas tan transitadas como la P11, P23 y P7. En enero, un grupo de estudiantes también tiró piedras a una guagua tras discutir con el chofer. Cada incidente, aunque distinto, comparte una raíz común: el hartazgo social y la desesperanza de un pueblo que no encuentra salida.
El transporte público en Cuba está al borde del colapso: pocas unidades, escasez de repuestos, falta de combustible y un malestar generalizado que se siente tanto del lado de los pasajeros como entre los choferes. Y aunque el régimen promete más vigilancia y condena los actos vandálicos, no ofrece soluciones reales ni estructurales para una crisis que solo empeora.
