Después de seis años de parches, demoliciones y absurdos técnicos, el régimen cubano ahora saca pecho por haber colocado… una paloma. Sí, una escultura de paloma en la tristemente célebre Tribuna Antimperialista José Martí, justo frente a la embajada de Estados Unidos. Y lo presentan como si hubieran levantado una maravilla del mundo moderno. Puro teatro político para maquillar el desastre.
El anuncio vino de parte de Liván Izquierdo Alonso, el primer secretario del Partido Comunista en La Habana, quien lo compartió con entusiasmo en su cuenta de X, como si ese adorno simbólico pudiera borrar el cúmulo de errores, despilfarros y chapucerías que han marcado esta obra desde 2019.
La arquitecta cubana Yulieta Hernández fue una de las voces que rompió el silencio de los medios oficiales. En su perfil de Facebook, soltó su indignación: ha visto construir y destruir los mismos elementos una y otra vez, en un ciclo de improvisación y descontrol técnico. Para ella, lo que está pasando en ese espacio es una radiografía perfecta del desastre institucional del país.
Contó que, por ejemplo, una estrella colosal que nunca encajó en el diseño original terminó arrumbada en la Vía Blanca, como un estorbo sin uso. La versión que la reemplazó también fue mal calculada y no encajó con sus columnas, que tuvieron que ser «ajustadas» con calzos improvisados. Un chiste, pero sin gracia.
Y no es solo estética: el problema es estructural. Se están utilizando hormigones de bajísima calidad, completamente inadecuados para un entorno tan agresivo como el Malecón. El resultado es predecible: corrosión, ruina y, claro, más gastos para “corregir” lo que se hizo mal desde el inicio. El Monte de las Banderas y los arcos metálicos que allí existían ya se pudrieron y cayeron, como la mayoría de los sueños del cubano de a pie.
Como si fuera poco, el proyecto ha sido modificado tantas veces que nadie sabe cuál es el plan actual. El Consejo de Ministros aprobó una “nueva” intervención el año pasado, pero todo apunta a que se trata del mismo proyecto que llevan seis años sin terminar. Mientras tanto, jardineras, pisos y áreas verdes han sido demolidas y vueltas a rehacer sin el más mínimo estándar de calidad. Todo se hace para durar lo que dura un mal hormigón a la orilla del mar: nada.
¿Quién paga el despilfarro? ¿Quién da la cara por el presupuesto botado a la basura? Nadie. Como siempre. El Estado no rinde cuentas, pero sí se burla del pueblo que lo sostiene.
En redes, los comentarios no se hicieron esperar. “Seis años para destruir eso, y 66 para destruir un país”, escribió un usuario con amarga lucidez. Otros recordaron que mientras en la isla los hospitales se caen a pedazos y miles viven entre filtraciones y escombros, el gobierno sigue tirando cemento en un sitio que no le importa a nadie, salvo para seguir el show contra el “enemigo imperialista”.
La indignación también apuntó al negocio oscuro detrás del aparente desastre. Muchos denuncian que tanta demolición inútil no es más que una excusa para desviar fondos, para inflar presupuestos, y para que unos pocos sigan engordando a costa de la miseria nacional. “Cada proyecto más feo que el anterior”, soltó alguien, lamentando la pérdida del antiguo parque con su puentecito y área de agua, que por lo menos tenía cierto encanto.
Y por si algo faltara para coronar el absurdo, en mayo se supo que la Tribuna Antimperialista se alquilaba para fiestas y ferias por 28 mil pesos diarios. Sí, ese espacio que se supone sagrado para la retórica oficialista terminó convertido en salón de eventos. Pero cuando el escándalo estalló, Cubadebate—que había publicado el anuncio como contenido patrocinado—lo borró sin decir ni pío.
El borrón digital fue tan descarado que solo provocó más preguntas. ¿Echaron para atrás el plan o solo intentan reformularlo sin hacer mucho ruido? La incongruencia del discurso oficial volvió a quedar en evidencia: proclaman lucha ideológica, pero arriendan su templo por unos pesos mal contados.
Vale recordar que este lugar fue otro de los delirios faraónicos de Fidel Castro. Levantado en 80 días con más de 1900 obreros y técnicos, la Tribuna nació en el año 2000 como parte de la conocida «Batalla de Ideas», en pleno circo propagandístico por el caso del niño Elián González. Por su ubicación frente a la entonces Sección de Intereses de EE.UU., se convirtió en escenario para marchas, discursos antinorteamericanos y más de un concierto con claro tinte político.
En 2019 empezó la supuesta «rehabilitación», justificada por el deterioro que causó el salitre marino. Se prometieron mejoras estructurales, un rediseño total, y más efectismo visual para tapar los mensajes de derechos humanos que solía proyectar la embajada. Pero lo único que ha habido desde entonces son derrumbes, improvisaciones y mucho, pero mucho gasto sin resultados reales.
Y ahora, como guinda del pastel, el régimen quiere vendernos una paloma de escayola como símbolo de paz o de victoria. Pero esa paloma no vuela. Está tan estancada como el país que la sostiene, posada sobre los escombros de otro sueño mal parido por una dictadura que sigue aferrada a su retórica gastada, mientras el pueblo se cae a pedazos.