El humorista cubano Ulises Toirac, ese que nunca ha tenido pelos en la lengua, volvió a alzar la voz desde La Habana y disparó directo contra una de las muletillas más desgastadas del régimen: el embargo estadounidense. Esta vez, lo hizo desde sus redes sociales, en medio de un debate sobre la miseria que ahoga a la isla y la costumbre del gobierno de culpar, sin falta, a Washington de todos los males.
Toirac, con su estilo mordaz y sin adornos, soltó una bomba reflexiva: “El bloqueo no lo decidimos nosotros. Ha estado y estará, nos guste o no. ¿Y entonces qué? ¿Nos tiramos a morir? ¿Vamos a seguir siendo un país disfuncional porque existe? Si ese es el argumento eterno, entonces este proyecto no sirve para nada”.
La cosa no quedó ahí. El comediante fue todavía más claro al rematar su idea: “Hay que cambiar las reglas del juego o nos morimos de hambre”. Así mismo, sin medias tintas, como quien ya no aguanta más tanta muela.
Sus palabras tocaron fibra en las redes, donde muchos cubanos se sintieron identificados con su mensaje. Y es que ya son demasiados años oyendo la misma excusa, mientras la realidad se deteriora a pasos acelerados. La gente está cansada de que se le venda humo mientras no hay ni con qué fregar.
Desde hace tiempo, Toirac se ha convertido en una voz incómoda para el sistema, usando su humor inteligente para exponer las grietas del modelo cubano, ese que hace agua por todos lados. Lo suyo no es solo hacer reír, sino también sacudir conciencias y poner el dedo en la llaga, sobre todo cuando se trata de denunciar el estancamiento y la desidia oficial.
En una Cuba donde decir la verdad cuesta caro, este tipo de declaraciones no solo son valientes, son necesarias. Porque alguien tiene que decirlo: culpar al embargo no alimenta, no cura, no ilumina ni mejora la vida de nadie. Es solo el pretexto perfecto para justificar un sistema que hace rato dejó de funcionar.
Toirac, desde su trinchera, lo sabe y lo grita. Y aunque el régimen prefiera mirar para otro lado, las verdades duelen más cuando vienen de quienes aún viven bajo su techo y no temen al qué dirán.