En pleno acto por el 26 de julio, convertido hoy en un ritual cansón del castrismo, el primer ministro del régimen, Manuel Marrero Cruz, soltó su discurso desde Ciego de Ávila cargado de promesas, excusas y la misma muela de siempre. Esta vez, el tema estrella fueron los apagones, que ya forman parte del paisaje cubano como el calor y las colas eternas.
Con tono solemne, Marrero reconoció que los apagones son un tormento diario para el pueblo y admitió que afectan “la vida del país, la economía y a la gente”. Pero enseguida soltó la muletilla favorita del gobierno: “no es tarea fácil”. Aseguró que existe un plan —aunque nadie lo haya visto— para alcanzar la tan deseada “soberanía energética” y garantizar un servicio eléctrico estable. Promesas recicladas que ya nadie cree, mientras la gente se derrite en sus casas sin luz ni esperanza.
Como parte de la retórica oficialista, Marrero llamó a todos a “sumarse a la batalla cotidiana contra los errores propios”. Así, con total descaro, le pasó la responsabilidad al pueblo, como si fuera el cubano de a pie quien tiene que resolver el caos energético y no los que llevan décadas en el poder saqueando el país.
En un giro inesperado, el primer ministro reconoció que no todos los males de Cuba se deben al embargo estadounidense, admitiendo que también hay meteduras de pata internas. Pero claro, no mencionó nombres ni responsables. Todo se diluye en ese discurso vago donde los “errores” parecen surgir por generación espontánea, como si no hubiera una élite enquistada que ha llevado al país a la ruina.
Y por si fuera poco el cinismo, Marrero se atrevió a declarar que no renuncian a una Cuba “justa y democrática”, mientras el régimen encarcela a quienes piensan diferente y mantiene tras las rejas a cerca de 1000 presos políticos. Una burla en toda regla para quienes han sufrido persecución por alzar la voz.
A falta de contenido real, el discurso del primer ministro se apoyó en los típicos clichés: elogios al pueblo “alegre y entusiasta” —aunque la realidad hable de un pueblo agobiado, desesperado y migrando por miles—, y la cita obligada al difunto Fidel, ese comodín retórico que aún usan para justificar cualquier fracaso.
En su repaso futurista, Marrero anunció que para 2026 se priorizará “el incremento de la producción nacional, la obtención de divisas y el fortalecimiento de la empresa estatal socialista”. Todo dicho así, sin explicar ni el cómo ni el con qué, como si bastara con repetir el mismo eslogan para que mágicamente el país arranque.
La celebración, marcada por el aniversario 72 del asalto al cuartel Moncada, arrancó antes del amanecer y se convirtió en otro desfile de figuras gastadas del poder: Raúl Castro —ya con 93 años—, Ramiro Valdés, Machado Ventura y Díaz-Canel. Una postal del continuismo, donde los mismos de siempre aplauden las mismas mentiras de siempre.
Mientras tanto, Cuba sigue sumida en una crisis feroz, sin luz, sin comida, sin transporte… y sin salida mientras el poder siga en las mismas manos. El pueblo, ese que cargan con discursos vacíos, ya no espera milagros. Solo intenta sobrevivir a la oscuridad —literal y política— que el régimen se empeña en prolongar.
