La polémica entre la clínica veterinaria Mascolive, ubicada en La Habana, y el grupo de activistas Bienestar Animal Cuba (BAC-Habana), sigue subiendo de temperatura. Las denuncias por presuntas irregularidades en la atención a los animales han generado un cruce de declaraciones que revela algo más profundo: la fragilidad del entorno institucional que rodea al cuidado animal en Cuba, donde la falta de regulación real se convierte en un caldo de cultivo para los abusos y la opacidad.
Mascolive saca las garras
Este lunes, la clínica decidió romper el silencio con una extensa publicación en sus redes sociales, donde defiende su trabajo, exige claridad en el proceso investigativo y lanza un mensaje directo: están abiertos al diálogo, pero con reglas claras.
«Recibimos con respeto todas las voces que se preocupan por el bienestar animal», escribieron en su muro de Facebook, acompañando el comunicado. También dejaron claro que su apuesta es por una medicina veterinaria moderna, con tecnología de punta y personal calificado. Pero más allá de los tecnicismos, lo que subyace es una defensa a capa y espada de su prestigio, justo cuando el escándalo amenaza con golpear su credibilidad.
Según Mascolive, el informe publicado por BAC está montado sobre una base endeble. Alegan que no se les ha entregado ni un testimonio concreto, ni los criterios con los que se armó el documento, lo cual –según su versión– limita cualquier posibilidad de autocrítica real. También cuestionan que el equipo que elaboró la investigación no haya revelado sus nombres ni credenciales. Para la clínica, opinar de medicina sin ser especialista es tan irresponsable como peligroso.
BAC-Habana contraataca
Pero BAC no se quedó callado. A través de sus redes, respondieron que el anonimato de los denunciantes fue una condición esencial para su participación, y por tanto no pueden compartir los testimonios. Además, aseguraron que la reunión pendiente entre ambas partes aún no se ha producido porque estaba prevista después del intercambio de informes, no antes.
El grupo animalista recordó que su función no es sancionar, sino mediar, y que toda la documentación fue remitida a las autoridades competentes. En otras palabras: si hay que pedir cuentas, que lo hagan las instancias estatales… aunque en la Cuba del “deja que eso se enfríe”, eso suena más a formalidad que a justicia.
¿Quién cuida a los que no tienen voz?
Todo este pleito ocurre en un contexto donde los animales en Cuba siguen siendo víctimas de un sistema que los relega al olvido. Aunque se han dado pasos en materia de concientización y activismo ciudadano, el Estado sigue mostrando una indiferencia casi criminal ante las denuncias de maltrato o negligencia médica. Y ahí está el verdadero drama: mientras clínicas como Mascolive se defienden y activistas como BAC-Habana levantan la voz, el régimen sigue sin establecer mecanismos reales y transparentes para fiscalizar la atención veterinaria en la Isla.
En un país donde la palabra “control” siempre está al servicio del poder, cuando se trata del bienestar animal, todo parece estar fuera de control. Y en medio de esa grieta, los animales –como siempre– pagan el precio más alto.