En medio de apagones eternos, hospitales desmoronados y estómagos vacíos, el régimen cubano vuelve a dejar claro cuál es su verdadera prioridad: el turismo de élite. La última movida de esta maquinaria desconectada del pueblo ocurre en Cienfuegos, donde el emblemático Hotel Jagua está siendo transformado con una millonada que huele más a burla que a inversión social.
La remodelación del hotel, que data de 1959, corre por cuenta del Ministerio de Turismo (MINTUR) y la cadena española Meliá, que parecen vivir en una Cuba paralela. El proyecto suma 15 millones de dólares y otros 2,250 millones de pesos cubanos, cifras astronómicas para un país que no logra ni garantizar una jeringuilla en sus hospitales.
Y por si fuera poco, ahí mismo en la Perla del Sur avanza también la construcción del Complejo Amanecer-La Punta, otro lujito conjunto entre Gran Caribe y Meliá, con una piscina bien pomposa y 19 habitaciones. Este otro capricho consume 1.8 millones de dólares más, además de 108 millones de pesos. Todo muy moderno, muy europeo, mientras el cubano de a pie tiene que hacer milagros para conseguir un pan duro o un litro de leche.
¿En qué cabeza cabe esto?
Las autoridades, con su cara dura habitual, aseguran que estas obras arrancaron en 2023. Pero fue en 2024 cuando Meliá metió oficialmente al Jagua en su portafolio. ¿El detalle más cínico? Esta inyección de millones fue aprobada en pleno pico de la crisis sanitaria, cuando los hospitales se caían a pedazos, no había medicinas ni energía, y la comida se había vuelto un lujo.
Mientras los cubanos sufrían días enteros sin electricidad, el régimen se enfocaba en instalar sensores de presencia, sistemas automáticos de climatización e iluminación ecofriendly en habitaciones de lujo. Porque claro, hay que garantizarle confort al turista extranjero, aunque el cubano duerma en el piso de un hospital sin agua.
El Hotel Jagua renacerá como un INNSIDE, una marca de alto nivel con todas las comodidades del siglo XXI, mientras el sistema de salud nacional apenas sobrevive, funcionando a duras penas con menos del 30% de los medicamentos básicos. Ni hablar del drama en los hospitales: techos que se caen, personal médico exhausto y cada vez más escaso, y enfermos condenados a esperar lo que no hay.
La realidad del pueblo y el espejismo del turismo
Esta obsesión enfermiza por el turismo ya no engaña a nadie. Los números no mienten: las visitas siguen por el piso, los ingresos no despegan, y aun así, el castrismo insiste en construir hoteles como si fueran la salida mágica al desastre que ellos mismos provocaron.
La apuesta hotelera no es desarrollo, es circo. Un espejismo de modernidad en un país que se hunde en la miseria, donde cada hotel nuevo es un monumento al abandono del pueblo. Porque mientras se cortan cintas rojas en piscinas climatizadas, millones de cubanos cocinan con leña, cargan cubos de agua y se desmayan en colas interminables para conseguir un cartón de huevos.
El mensaje del régimen es claro: el bienestar del pueblo nunca fue su prioridad. Prefieren ponerle aire acondicionado al turista que darle un ventilador al niño asmático. Así funciona esta dictadura disfrazada de Estado: brillante por fuera, podrida por dentro.
