En la Cuba de hoy, alimentarse se ha convertido en un lujo que muy pocos pueden darse. Según una reciente encuesta del Observatorio Cubano de Auditoría Ciudadana (OCAC), una familia necesita al menos 30 mil pesos cubanos al mes solo para cubrir la comida básica. ¿Y el salario mínimo? Apenas llega a 2,100 CUP. La pensión, incluso con el aumento anunciado para septiembre, apenas se estira hasta los 3,056. La cuenta no cuadra por ningún lado.
El informe, titulado con toda la intención “Sin campo no hay país y con GAESA no hay futuro”, no se anda con rodeos: la raíz del hambre en Cuba no es económica, es política. No es culpa de ciclones, ni de la pandemia, ni del embargo. Es el resultado de un modelo podrido que estrangula a los campesinos independientes mientras le rinde pleitesía al pulpo empresarial militar, GAESA.
El campo se muere, pero el turismo se lleva la plata
Hoy más del 80% de los alimentos que se consumen en Cuba son importados, incluso desde Estados Unidos. Pero en vez de invertir en el agro cubano, el gobierno sigue botando el dinero en hoteles vacíos, con un presupuesto 13 veces mayor para el turismo que para la agricultura. Sí, leíste bien: 13 veces más.
El economista Omar Everleny Pérez coincide con los datos del OCAC. A finales de 2024, solo la comida de dos personas en La Habana costaba más de 24 mil pesos mensuales. Si a eso le sumas el transporte, el aseo, la conexión a internet o la ropa, el total se dispara por encima de los 45 mil. ¿Y con qué se paga eso? Con lágrimas y remesas, porque con un salario estatal no hay chance.
La libreta ya no libra a nadie
Desde mayo, los huevos brillan por su ausencia en la libreta de abastecimiento. Los productos llegan tarde o no llegan nunca. Hoy por hoy, un cartón de huevos puede costar hasta 3,900 pesos, lo cual supera incluso la pensión mínima completa. Es una burla descarada. Y no es que antes se comía bien, pero al menos se sobrevivía. Ahora ya ni eso.
El Observatorio Cubano de Derechos Humanos ya alertaba a principios de año que el 89% de las familias vive en pobreza extrema. Y lo más grave: 7 de cada 10 cubanos ha tenido que dejar de desayunar, almorzar o cenar porque simplemente no tiene con qué. Así estamos.
Vivir de milagro, sobrevivir con remesas
Los testimonios lo gritan a los cuatro vientos. Una doctora en licencia de maternidad contaba que necesita dos meses de salario solo para comprar una lata de leche para su hija. Una ingeniera enseñaba su compra del mes: ajo, tomates verdes y un par de cebollas. Ni arroz, ni frijoles, ni carne. Así de crudo.
Y hasta el gobierno lo ha tenido que reconocer. “Con un salario medio de 6 mil pesos no se vive”, soltó en febrero el vicepresidente Salvador Valdés Mesa. Pero como es costumbre, no ofreció ni una solución. Solo palabras huecas, como siempre.
Ahora anuncian que a partir de septiembre las pensiones mínimas subirán a 3,056 pesos. ¿Y eso para qué alcanza? Para comer tres días, si acaso. Antes no daba ni para uno y medio. Y mientras tanto, la inflación sigue galopando sin freno.
Cuando el 70% del salario se va en comida y aún así no alcanza, el país está quebrado.
¿Y la solución? No es económica, es política
Desde el OCAC proponen cosas lógicas: eliminar el monopolio de GAESA, devolver la tierra a los campesinos, permitir que la diáspora invierta, legalizar la propiedad privada y dejar que el campo se gestione con autonomía. También hablan de crear una banca de fomento agropecuario que funcione de verdad.
Pero lo más importante que dicen es esto: “Sin cambios políticos profundos, no habrá comida en la mesa.” Así de sencillo. Y así de duro.
Mientras tanto, el cubano de a pie sobrevive como puede. Con la ayuda de un familiar en el extranjero, haciendo cola desde la madrugada, comprando lo que aparezca en el mercado negro o, tristemente, dejando de comer. Porque la vida en Cuba ya no se vive: se sobrevive.