En una Cuba donde millones apenas logran echar un arroz con chícharos en la cazuela, los hijos del poder siguen disfrutando de privilegios dignos de realeza. Así lo confirma una nueva filtración revelada por Martí Noticias, que pone en el ojo del huracán a Vilma Rodríguez Castro, nieta del exdictador Raúl Castro, quien realizó al menos cinco viajes a Estados Unidos entre 2012 y 2016, amparada por pasaporte diplomático y con todos los gastos pagos por entidades culturales del país norteamericano.
Sí, leíste bien: mientras el cubano de a pie ni sueña con una visa de turista, la nieta del general cruzaba el charco con escoltas y comodidades gracias al MINREX, que gestionó todo bajo el pretexto de su “importancia familiar” y supuestas necesidades de seguridad. Todo bien armadito por la Cancillería castrista, como si fuera una misión de Estado.
Durante esos años, la muchacha asistió a ferias de arte, exposiciones y presentaciones culturales en Nueva York, codeándose con élites extranjeras mientras en su isla natal la cultura se asfixia entre censura, apagones y ruinas. Las cartas de invitación, según el informe, vinieron de entidades como The Shelley & Donald Rubin Foundation y Cuban Artists Fund, quienes también se encargaron de costear viajes, hospedajes y hasta los detalles logísticos. Y para curarse en salud, aclararon que el dinero no salió de fondos públicos.
Pero eso no fue todo. En julio de 2016, Vilma viajó con su hijo menor, ambos utilizando documentos diplomáticos, y fueron atendidos durante su estancia por personal de la misión cubana ante la ONU. Todo muy fino. Testigos confirmaron que no les faltó nada, como si fueran embajadores de paz y no los herederos de un régimen que mantiene a su pueblo atrapado y empobrecido.
Para quienes no la ubiquen, Vilma es hija de Déborah Castro Espín y del fallecido general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, el mismo que manejaba a su antojo las finanzas de GAESA, el pulpo militar que controla buena parte de la economía cubana. A pesar de las sanciones impuestas en 2020 a sus padres, ella ha seguido viajando sin problema alguno, lejos del alcance de las restricciones estadounidenses.
Consultado por Martí Noticias, un portavoz del Departamento de Estado fue claro como el agua: “La hipocresía del régimen cubano es bien conocida en todo el mundo y por su propio pueblo. Mientras la población sufre hambre, apagones y miseria, los altos funcionarios y sus familias siguen viviendo con lujos, incluyendo viajes frecuentes al extranjero”. Una verdad que cada cubano conoce, pero que pocos fuera de la isla se atreven a decir en voz alta.
Y por si fuera poco, la vida de Vilma dentro de Cuba tampoco tiene nada que envidiarle a ningún jet set internacional. Administra una mansión en Miramar que hasta hace poco se alquilaba por 650 dólares la noche en Airbnb bajo el nombre “Casa Vida Luxury Holidays”. Fue gracias a una denuncia de CiberCuba que la propiedad terminó en la lista negra del gobierno de EE.UU., que la declaró entidad prohibida para ciudadanos estadounidenses.
Además de su sangre azul dentro del castrismo, Vilma está casada con el artista Arles del Río, beneficiado también por el sistema que tanto dice odiar a Estados Unidos, pero que le permitió obtener becas como la del Vermont Studio Center y otros “regalitos” dentro de la isla. Su galería personal fue levantada en pleno Vedado, con apoyo estatal y todo el respaldo del aparato cultural oficialista, como reveló en su momento Diario de Cuba.
Detrás de esta historia hay mucho más que simples privilegios. Expertos advierten que el uso de pasaportes diplomáticos por parte de los familiares del poder no es casual, sino parte de una estrategia bien calculada para eludir controles migratorios, mover fondos de manera discreta y proteger intereses económicos fuera del país. El investigador cubano Miguel Cossío no lo pudo decir mejor: “Es una red de privilegios que convierte el aparato diplomático en cobertura para negocios y movilidad selectiva”.
Y mientras tanto, el pueblo sigue atascado en colas eternas, apagones sin fin y una desesperanza que empuja a miles a tirarse al mar o cruzar selvas enteras buscando un futuro. Los hijos del poder, en cambio, siguen viajando, invirtiendo, vacilando, desconectados por completo del país que ellos mismos ayudaron a destruir.