Por primera vez desde que Fidel Castro se adueñó de la economía cubana allá por los años 60, el sector privado le pasó por arriba al estatal en las ventas minoristas. Así mismo, como lo lees. En plena crisis, con apagones, inflación y los estantes vacíos, los negocios no estatales son los que están moviendo el comercio de verdad en la Isla.
Según datos preliminares de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), el 55 % de todas las ventas minoristas en Cuba en 2024 salieron del sector privado, dejando al aparato estatal con apenas un 44 %. En 2023, la cosa estaba más pareja, pero el giro ha sido brusco. Las cifras excluyen servicios públicos como el agua o la electricidad, pero no dejan de ser un golpazo directo al modelo centralizado que el régimen insiste en defender.
Una economía que se cae a pedazos
Este auge de los negocios privados no es casualidad. Viene cocinándose desde hace décadas, desde que la URSS se desintegró y dejó a Cuba rascándose la cabeza. En los últimos años, sin embargo, el empuje ha sido brutal. La maquinaria estatal, oxidada y sin recursos, se ha desplomado con una caída del 11 % en la economía nacional en solo cinco años. Y ahí, en medio del caos, los cuentapropistas han ido ocupando el vacío.
Aunque el Estado aún mantiene miles de tiendas que, en teoría, venden productos básicos, la realidad es otra. En las calles, los mercados informales, las ferias callejeras y las MIPYMES son quienes tienen la mercancía. Donde antes se hacía la cola para el arroz, hoy la gente va a buscar desde ropa hasta artículos médicos.
Una vendedora de ropa en una feria en La Habana lo resumió clarito: “Hay muchas cosas que no se encuentran en el sector estatal”. Y una joven fisioterapeuta añadió, mientras compraba lo que necesita para trabajar, que “encuentras de todo, aunque los precios están por las nubes”.
¿Precios altos? Sí. ¿Alternativas? Ninguna
Ese “te lo tengo, pero te cuesta” es justo lo que ha permitido que el sector privado se imponga. Lo explicó el economista Omar Everleny Pérez: el Estado, sin un peso en el bolsillo, no puede importar nada, y entonces los privados se encargan, aunque cobren caro. A falta de opciones, el pueblo no tiene más remedio que ir donde hay.
El propio ministro de Economía, Joaquín Alonso, lo reconoció (aunque con su típica ambigüedad revolucionaria). Dijo que las importaciones del sector privado ya superan los mil millones de dólares en lo que va de año, un salto del 34 % comparado con 2023. Y aunque aseguró que “no se busca confrontar al sector”, dejó claro que el gobierno quiere meterle la mano para “guiarlo correctamente”.
Una “concesión al enemigo” que se les fue de las manos
Hoy por hoy, alrededor de 1,6 millones de cubanos trabajan en el sector privado, en un país donde la fuerza laboral ronda los cuatro millones. Esto ha disparado las tensiones dentro del régimen. Mientras algunos dentro del sistema reconocen que hay que soltar la cuerda, otros siguen amarrados a esa lógica enfermiza de que todo lo privado es enemigo.
El economista Pedro Monreal lanzó su alerta: el crecimiento del sector privado es real, pero el diseño institucional sigue siendo chiquito y torpe. Según la Encuesta Nacional de Ocupación, apenas un 4,5 % de los trabajadores del sector no estatal están dentro de las MIPYMES. O sea, hay espacio para crecer, pero el régimen sigue poniendo trabas.
Monreal advierte que legalizar empresas medianas y grandes sería una jugada clave para elevar productividad, salarios y competitividad. Pero claro, eso sería aceptar que el socialismo fracasó, y el régimen no está listo para tragar esa verdad.
Crisis laboral y saturación: el otro lado de la moneda
Mientras el sector privado crece, la economía nacional va en picada. Casi la mitad de los cubanos en edad de trabajar no lo hacen ni lo intentan, hartos de los salarios miserables y la falta de motivación. Y aunque algunos negocios privados logran mantenerse, otras MIPYMES están tirando la toalla.
Este año, por primera vez desde que se legalizaron, Cuba vio una disminución neta en el número de MIPYMES activas. Un síntoma claro de que el modelo mixto que intenta salvar el régimen ya no aguanta más. Con costos de operación disparados, trabas para importar, y sin acceso confiable a divisas, muchos negocios están liquidando lo que tienen y cerrando la cortina.
Y no es solo por economía: la inseguridad jurídica y financiera hace que cualquier proyecto viable se quede a medio camino. Porque en Cuba, emprender siempre es jugar una partida donde el árbitro (el Estado) cambia las reglas a cada rato.
El modelo estatal se desmorona, y el pueblo —como siempre— se las arregla solo. El régimen, mientras tanto, observa desde su torre de control, sin saber cómo frenar lo inevitable. El cubano ya no espera nada del gobierno… y eso sí que es un punto sin retorno.