La tragedia volvió a tocar las puertas de Cárdenas, en Matanzas, este jueves, cuando el segundo piso de un edificio se vino abajo, dejando a un cubano herido y al pueblo entero con el alma en vilo. El colapso ocurrió en la calle Princesa, entre De Céspedes y Ayllón, en pleno corazón del municipio, justo al lado del histórico hotel La Dominica, declarado Monumento Nacional.
Pero más allá del susto y del dolor, lo que hay detrás de este nuevo derrumbe es un retrato descarado del saqueo, el abandono y la miseria que carcome poco a poco las ciudades cubanas. Según reportó el periódico Girón, la causa del colapso fue el robo constante de vigas, rejas, ventanas y todo lo que pudiera arrancarse del edificio. Es decir, la estructura no cayó sola: fue víctima del hambre, la necesidad y la desidia institucional.
En el momento del desplome, tres personas estaban dentro del inmueble. Una de ellas resultó herida, aunque no se han ofrecido detalles sobre la gravedad de sus lesiones. Los bomberos de Cárdenas llegaron al sitio para evaluar los daños, y concluyeron lo obvio: la edificación representa un peligro inminente para cualquiera que se acerque. Por su parte, “las máximas autoridades del municipio” aparecieron por allí, probablemente más para la foto que para ofrecer una solución real.
Este desastre no es un hecho aislado. En junio, otra señal del deterioro estremeció a la ciudad: la cruz superior de la iglesia San Antonio de Padua se desplomó justo en plena misa de celebración por el centenario del templo. La cruz, ya dañada desde hace años tras ser alcanzada por un rayo, cedió ante el paso del tiempo y la falta de mantenimiento, cayendo sobre el techo del edificio religioso. Por suerte, solo hubo dos heridos leves que fueron atendidos de inmediato, pero el susto fue monumental.
Cárdenas, como toda Cuba, está hecha ruinas. Y no es por obra del destino, sino por décadas de abandono y corrupción institucional. El régimen cubano, mientras se llena la boca hablando de “logros sociales”, deja que sus calles se desmoronen y que sus ciudadanos vivan con miedo a que el techo les caiga encima.
Cuando robar vigas se vuelve un acto de supervivencia, algo está podrido en lo más hondo del sistema. La miseria en que han sumido al pueblo es tan profunda que la gente ya no solo se roba comida o medicinas, sino también los cimientos de su propia vivienda. Literalmente.