Como si fuera un logro de otro mundo, el Ministerio del Comercio Interior (MINCIN) anunció este jueves con bombos y platillos que volverán a vender frijoles por la libreta. Sí, esos mismos que brillan por su ausencia en la mesa del cubano, ahora reaparecen con sabor a limosna estatal.
Según el propio MINCIN, gracias a una “disponibilidad” de frijoles nacionales (milagro, dirán muchos), se decidió reactivar su venta de forma controlada. En La Habana, por ejemplo, se permitirá solo una libra por consumidor, anotada religiosamente en la libreta de abastecimiento, ese documento que ya parece más un certificado de miseria que de garantía alimentaria.
196 pesos por libra. Ese es el precio que marcó la Gaceta Oficial. Una tarifa que hace apenas unos años parecía impensable, pero que hoy el régimen impone sin sonrojarse, sabiendo bien que los bolsillos del pueblo están más rotos que nunca.
Lo más irónico del caso es que el propio Ministerio aclara que estos frijoles no sustituyen a los granos de la canasta básica. O sea, son un extra, una oferta “especial” a la que supuestamente todos pueden acceder, siempre que puedan pagarlos, claro. La venta se hará en las bodegas según el núcleo familiar, y se extenderá por un ciclo de 15 días en cada zona. Un cronograma que más parece una operación militar que una estrategia de abastecimiento.
Pero lo que el MINCIN vende como una “buena noticia”, para el pueblo no es más que un parche sobre un sistema podrido. Porque una libra de frijoles a ese precio no resuelve nada, cuando en el mercado informal el mismo producto se vende hasta en 350 pesos, como ya se ha visto en provincias como Cienfuegos. La inflación sigue desbocada y el salario real no alcanza ni para comprar el humo de la olla.
A pesar de los “topes” de precios que tanto ha promocionado el Ministerio de Finanzas y Precios, lo cierto es que ni el arroz ni los frijoles han bajado en la calle, y el desabastecimiento sigue campante. Todo esto ocurre mientras el régimen importa miles de toneladas de frijoles desde Argentina, una muestra clara de lo lejos que está Cuba de ser autosuficiente, incluso en productos que antes eran comunes en cualquier cocina cubana.
Hace menos de un año, la canasta básica colapsó: no había café, ni aceite, ni frijoles. Millones quedaron en el aire, sin siquiera un mínimo para sobrevivir. Pero en vez de reconocer el desastre, el gobierno prefiere disfrazar cada migaja como una victoria.
La realidad no se tapa con frijoles a 196 pesos. Lo que hay es hambre, desespero y una población cansada de vivir de las migajas de un sistema que solo protege a los de arriba, mientras los de abajo siguen contando los granos… literalmente.
