En la memoria colectiva de los cubanos, hay voces que no se olvidan. Voces que se colaron cada noche en los hogares, anunciando con seriedad lo que el régimen quería que se supiera. Una de esas voces fue la de Laritza Ulloa, rostro habitual del Noticiero Nacional de la Televisión Cubana. Durante años fue sinónimo de «información oficial», pero un buen día, desapareció sin dejar rastro. Nadie explicó nada. Nadie preguntó mucho. Silencio total.
Pero ahora, años después, se destapa parte de ese misterio gracias a una entrevista que resurgió como por arte de magia. Fue el conductor Alfredito Rodríguez quien sostuvo una charla íntima con Laritza —grabada hace algún tiempo— y que vuelve a circular por obra del realizador Carlos Collazo, dentro de su serie documental Unos minutos en la vida de…
Ahí, entre palabras suaves y confesiones que no buscan drama, Laritza rompió el silencio: contó que fue diagnosticada con laberintitis, una afección del oído interno que provoca vértigos y desequilibrio. Una bomba de tiempo para alguien cuya profesión depende de mantenerse firme frente a las cámaras.
Imagina el cuadro: luces encendidas, micrófono abierto, cámaras grabando… y de pronto, el mundo gira y te caes. Eso le pasó a ella. Los mareos eran tan intensos que tenía que abandonar el estudio sin poder terminar las grabaciones. Para cualquiera sería duro, pero en una maquinaria mediática tan controlada como la cubana, donde no hay espacio para debilidades, eso equivale a firmar la baja.
A pesar de todo, Ulloa intentó seguir cumpliendo como buena soldada del micrófono, como lo exige el manual no escrito del sistema. Pero su cuerpo le dio un alto. No fue por falta de entrega ni por desacato al libreto oficial. Fue su salud la que la sacó del aire, no un acto de rebeldía. Aunque, quién sabe, quizá eso habría sido más digno.
La publicación del video provocó una avalancha de comentarios. Muchos la recordaron con cariño, otros se sorprendieron al saber la verdadera razón de su ausencia. Algunos incluso pensaban que su salida del noticiero tenía tintes políticos, pero no: fue su cuerpo el que le puso fin al show, no la conciencia.
Laritza nació en Ciego de Ávila en 1966, hija de Ibrahim Ulloa, otro hombre de la radio. Desde chamaca ya se notaba que tenía madera. Tanto así que le dieron permiso especial para trabajar en Radio Surco siendo menor de edad. Su voz, su estilo, su manera de pararse frente a un micrófono… todo apuntaba al éxito. Y ese éxito, claro, lo encontró en La Habana, en 1986, cuando se sumergió en el mundo mediático de la capital.
Pasó por programas como La Revista de la Mañana, A jugar y Contacto, codeándose con leyendas como Eddy Martin. Pero su momento cúspide llegó en el Noticiero Nacional de Televisión, el mismo espacio que durante décadas ha sido vitrina del discurso único y aplausómetro del régimen.
Allí se convirtió en uno de los rostros más reconocidos del aparato mediático cubano, esa maquinaria que no informa: adoctrina. Su tono pausado, su imagen pulida, su fidelidad al guion… todo encajaba perfecto con el molde. No era necesario levantar la voz ni cuestionar nada. Bastaba con decir lo que otros escribían.
Porque en Cuba, para estar frente a una cámara del noticiero no basta con tener buena dicción. Hay que tener “confianza política”. Y esa confianza no se gana con talento: se otorga desde arriba, como un premio… o una trampa. Y Laritza la tuvo. Fue vocera sin cuestionar. Parte del sistema sin elegirlo abiertamente. Un engranaje más en la gran máquina del silencio cubano.
Ahora, tras años de ausencia, no regresa para leer el parte oficial, sino para contar su verdad. Una verdad que no está escrita en ningún libreto del ICRT. Una historia donde el cuerpo le ganó la batalla a la disciplina, y donde por fin se deja entrever el cansancio de tantos años bajo los reflectores del poder.
