En un nuevo episodio del show del absurdo que produce la maquinaria oficialista, el vicepresidente de la UPEC, Francisco Rodríguez Cruz —más conocido por el apodo “Paquito de Cuba”— soltó, sin despeinarse, que “la economía cubana muestra signos de mejoría” y que “la inflación está disminuyendo”. Eso sí, acto seguido admitió que “la mayoría de la población no lo percibe”. Vaya usted a saber por qué.
Esa afirmación, que suena más a chiste cruel que a análisis serio, fue lanzada en pleno programa Cuadrando la Caja, ese espacio televisivo donde la propaganda del régimen se disfraza de diálogo nacional.
Pero lo cierto es que la calle pinta un cuadro muy diferente. Hoy en Cuba la gente sobrevive entre apagones interminables, colas eternas por un poco de arroz, falta de medicamentos hasta para lo más básico, y una inflación que no deja títere con cabeza. A eso súmele la represión rampante, los brotes de dengue y cólera, y una desesperanza que se ha vuelto crónica.
¿De qué país está hablando Paquito? Porque en el que vivimos los cubanos no hay ni señales de mejora ni mucho menos respiro. Tal vez la “recuperación” que él menciona sea la que se vive en los pasillos del poder, entre los que tienen garantizado el aire acondicionado, la comida de importación y un buen seguro médico. Porque fuera de esa burbuja, el pueblo está al límite.
Lo que molesta no es solo la mentira —que ya es parte del paisaje revolucionario—, sino la desfachatez de repetirla en la cara de un pueblo que lleva décadas resistiendo la miseria fabricada por el mismo sistema que Paquito defiende.
Y no, esto no es ingenuidad. Es cinismo. Es complicidad. Porque hay que tener mucha sangre fría para hablar de “mejoría” en un país donde los niños se acuestan sin leche, los hospitales no tienen jeringas y los viejos rebuscan entre latas para comer.
Mientras miles se lanzan al mar o cruzan selvas buscando un futuro, mientras se vacían las calles de jóvenes y los ancianos se mueren solos sin una pastilla para el corazón, los burócratas del régimen insisten en vendernos una Cuba que solo existe en su guión propagandístico.
La verdadera Cuba no está en la televisión, está en el apagón, en la olla vacía, en la rabia silenciada. Y mientras Paquito siga leyendo su libreto con cara de tecnócrata domesticado, el pueblo seguirá contando los días para que tanta hipocresía caiga por su propio peso.
Porque aunque lo intenten maquillar, la miseria no se esconde con discursos. Y la dignidad del cubano no se compra con promesas vacías.
