En medio del caos cotidiano que se vive en Cuba —con apagones a cualquier hora, precios por las nubes, falta de todo y una migración que no da tregua—, apareció Sandro Castro como salido de una película que no tiene nada que ver con la realidad de la mayoría. El nieto del dictador Fidel Castro reapareció para dar una entrevista al canal argentino TN, y como era de esperar, no soltó prenda sobre la situación crítica del país. Desde su bar en el Vedado, y con una sonrisa relajada, soltó: «Lo mío es hacer reír a la gente».
Mientras la mayoría de los cubanos la pasan negra para llegar a fin de mes o incluso al próximo apagón, él dice que no tiene privilegios. «Sufro los apagones igualito que ustedes», aseguró sin despeinarse. A sus 33 años y con más de 126 mil seguidores en Instagram, Sandro ha construido una imagen pública que provoca risas, rabia o asombro, según a quién se le pregunte.
Desde su negocio llamado EFE, ubicado en la transitada esquina de 23 y F en La Habana, este joven administra su día a día entre fiestas, luces, cámaras y una buena dosis de ego. Él mismo dice que vive de su bar, que es sencillo y que se mueve “libremente”. Pero a nadie se le escapa que esa «libertad» está muy lejos de lo que puede disfrutar cualquier cubano de a pie.
El show de Vampirash y el arte del desentendimiento
En redes sociales ha creado un personaje llamado “Vampirash”, un tipo amante de la noche, los tragos y la buena vida. Lo mismo aparece con una botella de Cristal en la mano que rodeado de jóvenes en fiestas que parecen sacadas de otro país. “No hablo de política porque eso no es lo mío”, repite como si el resto del pueblo pudiera permitirse ese lujo de la indiferencia.
Según él, todo lo que tiene es fruto de su esfuerzo. Dice que empezó a trabajar desde los 14 años, que abrió su primer bar con ayuda de un amigo italiano y que ha ahorrado para levantar sus negocios. Eso sí, olvida convenientemente mencionar los privilegios que trae ser parte del clan Castro, como haber crecido en Punto Cero, ese búnker de lujos donde el hambre nunca tocó la puerta.
El video del Mercedes y la disculpa sin convicción
En 2021, su nombre reventó las redes cuando apareció manejando un Mercedes Benz por una carretera cubana. Justo cuando el pueblo hacía colas infinitas por una gota de gasolina, él se paseaba como si nada. Después vino la justificación de siempre: que si el carro era prestado, que si el video era privado, que si no quería presumir. Y claro, soltó una disculpa tan vacía como el tanque del cubano promedio.
Desde entonces, muchos lo ven como un símbolo de la burbuja en la que vive la élite cubana, alejada del desastre cotidiano que provocó el régimen que su abuelo fundó a sangre y fuego.
Cuando se le pregunta sobre apagones, represión o los presos del 11J, simplemente evade. “No quiero hablar de eso. Estamos combatiendo. Tengo fe en que todo mejorará”, dice sin decir nada, como quien suelta una frase vacía aprendida de memoria.
Una revolución de memes, calzones y “bendiciones” de Cristal
Aunque asegura que se siente orgulloso de ser un Castro, insiste en que no vive con privilegios. Pero no hace falta hablar mucho para entender que su estilo de vida es la negación viva de lo que predicó su abuelo. Y no lo dice solo la oposición: hasta medios internacionales lo señalan como el rostro de la decadencia castrista.
El diario Corriere della Sera fue claro: la revolución de barbas, guerrilla y socialismo terminó en filtros de gato, fiestas callejeras con cerveza y «sangre» falsa. Sandro es el epitafio viviente de esa revolución que hoy solo sobrevive a base de represión y retórica hueca.
Para colmo, ahora anda metido en videos dramatizados como si fuera actor de su propio delirio. En el más reciente, aparece vestido de cura, subido en una carretilla de construcción, rociando Cristal a los vecinos como si estuviera bendiciendo a su rebaño. En pleno Vedado, la escena parece una parodia del país en ruinas.
Luego, unas mujeres disfrazadas de brujas lo “secuestran” y se lo llevan en un coche. Él grita que lo conducen a “las mazmorras”, mientras el pueblo, entre la risa y la vergüenza ajena, lo observa.
El nieto incómodo de la dictadura
Aunque él insiste en que prefiere hacer reír a hablar de política, su sola existencia es una bofetada para millones de cubanos. Vive del show, del apellido, del poder heredado, aunque jure que es un muchacho común.
Puede que no hable de política, pero cada video suyo es un recordatorio de la doble moral del castrismo, donde los herederos se dan vida de reyes mientras el pueblo sobrevive a punta de inventos.
Sandro no necesita discursos. Basta con mirarlo para entender en qué se convirtió aquella revolución: en un espectáculo vacío, sostenido por la represión y adornado con fiestas VIP y botellas de Cristal.
