Cajimaya, un pequeño rincón del municipio de Mayarí en Holguín, se convirtió recientemente en escenario de otro estallido popular en Cuba. La gota que colmó el vaso esta vez fue la escasez de agua potable y alimentos, una situación que ya no se aguanta ni con paciencia ni con promesas vacías.
Los vecinos, hartos de pasar trabajo y vivir con la soga al cuello, decidieron tirarse a la calle y alzar la voz. Lo hicieron de manera pacífica, pero su mensaje retumbó con fuerza: están cansados del abandono, del hambre y de la sed, y ya no se callan más.
Un pueblo que grita, un régimen que reprime
La denuncia llegó primero a las redes. Yurima Suason, usuaria de Facebook, compartió imágenes y videos del momento exacto en que la comunidad se movilizó. “Cajimaya Mayarí Holguín en las calles. Por falta de agua y comida. De inmediato apareció agua. Se reportan detenciones”, escribió, dejando claro que el gobierno solo reacciona cuando el pueblo se impone.
El periodista independiente José Luis Tan Estrada también confirmó la protesta desde su cuenta en X (antes Twitter), señalando que el acceso al agua “milagrosamente” volvió tras la manifestación. Pero como siempre en Cuba, la represión no tardó en aparecer: llegaron los arrestos, el miedo, el control.
Viviendo en la miseria, sobreviviendo al sistema
Lo que pasa en Cajimaya no es un caso aislado. Es el retrato de un país sumido en una crisis brutal, donde la gente sobrevive a apagones interminables, hospitales vacíos, salarios de miseria y estómagos vacíos. Aun así, el régimen sigue con su disco rayado, culpando al embargo y lavándose las manos, como si los cubanos no supieran ya de sobra quién es el verdadero culpable del desastre.
Mientras los de arriba repiten consignas gastadas, el pueblo se cansa, pierde el miedo y sale a la calle, porque ya no queda más que perder.
El grito del pueblo no es delito
En Cajimaya, como en tantas otras partes de la isla, el régimen demostró una vez más que solo se mueve cuando el pueblo lo aprieta. Pero también dejó claro su estilo represivo: agua para apagar la protesta, esposas para castigar la osadía de exigir lo mínimo.
Pedir agua no puede ser delito. Protestar por comida no es subversión. Lo verdaderamente criminal es que el gobierno condene a su pueblo a la miseria y lo reprima por levantar la voz. En Cuba, la dignidad también está en resistencia, y cada protesta —por pequeña que parezca— es una grieta más en el muro de mentiras del castrismo.