Bajo el mar, a unos 600 metros de profundidad frente a las costas de Guanahacabibes, en el extremo occidental de Cuba, yace un misterio que lleva más de 20 años esperando ser resuelto. No se trata de una fábula, sino de formaciones gigantescas captadas por sonar, con apariencia de pirámides, bloques simétricos y plazas circulares que parecen sacadas de una civilización antigua… o de una leyenda.
La historia comenzó a principios de los años 2000, cuando la ingeniera marina Paulina Zelitsky y su esposo, el canadiense Paul Weinzweig, realizaban investigaciones con la empresa Advanced Digital Communications (ADC). Lo que detectaron bajo el agua los dejó boquiabiertos: estructuras tan organizadas que parecían diseñadas por manos humanas, no por la naturaleza. Según sus cálculos, estas ruinas podrían tener más de 6,000 años, lo cual las haría más viejas que las pirámides de Egipto. Ahí, nada más y nada menos.
¿Una ciudad perdida bajo el mar caribeño?
La prensa extranjera —como el diario británico The Sun— no tardó en bautizar el hallazgo como la “Atlántida del Caribe”. Pero, como suele pasar cuando algo grande se asoma en Cuba, todo quedó congelado. Ni expediciones nuevas, ni investigaciones serias. Solo las imágenes de sonar como único testimonio de un posible descubrimiento que pudo reescribir la historia de las Américas.
Mientras en redes sociales florecen teorías sobre civilizaciones prehistóricas olvidadas, la comunidad científica se divide entre el asombro y la cautela. La propia Zelitsky lo dijo en su momento con claridad: “Sería irresponsable afirmar algo sin pruebas concluyentes”. Por su parte, el geólogo cubano Manuel Iturralde-Vinent calificó las estructuras como “peculiares”, pero dudó de su origen humano, dado que el lecho marino donde están tardaría más de 50,000 años en alcanzar esa profundidad. Demasiado tiempo para coincidir con civilizaciones conocidas.
La ciencia choca con la historia… y con la política
Otros expertos como el arqueólogo subacuático Michael Faught opinan que si realmente fueron construidas, estarían fuera de cualquier contexto histórico posible para el continente americano. Según él, algo tan complejo sería demasiado adelantado para los pueblos del Nuevo Mundo de aquella época.
Pero Weinzweig sigue convencido: “Lo que vimos no se puede explicar geológicamente. Hay demasiada organización, simetría y repetición como para pensar que lo hizo la naturaleza sola”. Y, seamos sinceros, no es la primera vez que la ciencia termina aceptando lo que al principio parecía imposible.
El problema es que el régimen cubano metió la mano y frenó todo. Entre la falta de financiamiento, las restricciones del gobierno a las investigaciones extranjeras y un intento fallido de buceo en 2002, la posible ciudad perdida quedó en el olvido. Ni siquiera la explotan turísticamente, como haría cualquier país mínimamente interesado en su cultura o en su desarrollo económico. Pero no, en Cuba lo que no conviene al discurso oficial se entierra —literalmente—.
Otro tesoro sepultado por el control del castrismo
Las formaciones cubanas han sido comparadas con el monumento submarino de Yonaguni, en Japón, otro sitio que sigue generando debates sobre si fue tallado por humanos o no. En ambos casos, la línea entre la ciencia y el mito sigue borrosa, esperando que alguien tenga el valor, los recursos y —en el caso cubano— la libertad de mirar más de cerca.
Mientras tanto, la isla sigue perdiendo oportunidades históricas, atrapada en un sistema que prefiere el control absoluto a la verdad, el turismo de cartón al potencial real, y que deja morir sus propios misterios bajo el mar, como si eso no dijera ya suficiente sobre el estado del país.