La noticia que estremece a Cuba hoy viene de Banes, Holguín, donde una niña de apenas 11 años, Hilda Puig Peña, fue encontrada sin vida en la presa Jagüeyes de Mula. Los detalles son tan espeluznantes como indignantes: presuntamente violada, ahogada y abandonada como si su vida no valiera nada. Y lo peor: el régimen, como siempre, mirando para otro lado.
Según denuncias en redes sociales —porque, claro, en Cuba la prensa oficial está más ocupada en aplaudir al gobierno que en informar—, la pequeña Hilda fue atacada por tres individuos. Uno de ellos fue capturado cerca de su propio velorio, pero aquí viene lo que realmente enciende la rabia: ¡la policía habría soltado a otros sospechosos! ¿Justicia? En Cuba, esa palabra parece no existir.
El traslado del cuerpo fue de película de terror. Imagínate esto: sin ambulancia, sin recursos, el cadáver de la niña fue llevado en una yagua amarrada con palos, como si fuera un fardo de caña. Después, la subieron a un camión cualquiera, tirada en el piso, sin dignidad, sin respeto. ¿Dónde está el Estado que tanto presume de «proteger al pueblo»? Ausente, como siempre.
Los padres, Denia Peña y Jorge Puig, ahora cargan con un dolor que ningún ser humano debería sufrir. Y mientras, el silencio oficial es cómplice. Ni una declaración, ni un plan de acción, nada. Solo el pueblo, una vez más, clamando justicia en las calles y en las redes, porque en Cuba, la voz de los de abajo nunca es escuchada.
Esto no es un caso aislado. A principios de julio, otro monstruo, Kenier Ávila Ramírez, asesinó a una niña de 9 años en Granma. ¿Cuántos más tienen que sufrir? El régimen sigue fallando en lo más básico: proteger a los suyos. Mientras la maquinaria represiva se afana en perseguir disidentes, los verdaderos peligros campan a sus anchas.