Han pasado tres años desde la tragedia en la Base de Supertanqueros de Matanzas, pero para muchos cubanos ese día sigue vivo en la memoria como una herida que no cierra. Este 5 de agosto, el exbombero Juanky Yane volvió a remover el dolor colectivo al compartir su testimonio sobre aquel desastre que se tragó 17 vidas y dejó un país entero sumido en el luto… y en la indignación.
“Hace tres años volví a nacer. Dios me dio la oportunidad de seguir con los míos. Aún me duelen las quemaduras, pero más me duele la pérdida de mis hermanos de fuego”, escribió Yane en sus redes, con el corazón en la mano y el alma todavía vestida de uniforme. Acompañó sus palabras con la etiqueta #BomberosPorSiempre, y bastó eso para que el recuerdo de lo ocurrido en 2022 volviera a sacudirnos.
Aquella madrugada, Juanky y sus compañeros —Frank Lorenzo Acosta Ferrer, Josvel Pichs y Vladimir Zayas— se lanzaron rumbo a la zona industrial de Matanzas sin imaginar que estaban entrando en un infierno del que no todos saldrían. El panorama, como él lo describe, era “aterrador”. Estuvieron batallando con las llamas durante horas, hasta que una explosión los dejó marcados de por vida. Algunos, literalmente. Otros, ya no están para contarla.
Juanky sobrevivió, pero lleva en su cuerpo las huellas del fuego. Y en su mente, los gritos, el olor a quemado, el caos… y el rostro de sus hermanos cayendo. Porque eso fue lo que más le dolió: no perder un compañero de trabajo, sino un hermano de batalla.
Hoy ya no forma parte del Cuerpo de Bomberos, pero asegura que su alma sigue ahí, en cada camión, en cada sirena, en cada paso que se da hacia las llamas. “Los que lloran están en casa; los demás te recuerdan y para otros solo eres historia”, escribió, cerrando su mensaje con una mezcla de nostalgia y rabia contenida.
Mientras tanto, el régimen intenta lavarse la cara con homenajes vacíos: ofrendas florales, discursos preparados, exposiciones de fotos y uno que otro pase de lista que no alivia nada. Ningún acto simbólico borra la indignación de los familiares, que todavía hoy siguen esperando respuestas.
La abuela de Leo Alejandro Doval Pérez de Prado —un muchacho que tenía solo 19 años y apenas 15 días de entrenamiento cuando lo mandaron al matadero— dijo lo que muchos piensan, pero pocos se atreven a gritar: “¿Quién va a asumir la responsabilidad de llevar a esos niños allí?”. Nadie le ha respondido. Nadie le dará a su nieto de vuelta.
El régimen ha dicho que todo comenzó por culpa de un rayo. Sí, un rayo cayó sobre un tanque con más de 40 mil galones de combustible. Pero lo que siguió después fue el resultado directo de la negligencia, el descontrol, la falta de protocolos y la absurda decisión de meter a jóvenes sin preparación en una zona de alto riesgo.
Ni el Ministerio del Interior, ni las Fuerzas Armadas, ni la Defensa Civil, ni el Partido Comunista han dado la cara. Ninguna institución se ha responsabilizado públicamente por lo que pasó. Nadie ha explicado por qué tantos adolescentes, en pleno Servicio Militar, fueron mandados al frente sin saber siquiera cómo enfrentarse a un incendio de esa magnitud.
Ahora, mientras las autoridades se llenan la boca hablando de reconstrucción, nuevos tanques, pararrayos modernos y domos geodésicos, el pueblo sigue esperando algo más importante que eso: justicia. No para reconstruir estructuras, sino para reconstruir la verdad y la dignidad de las familias que perdieron a sus hijos por culpa de un sistema criminal e inhumano.