En medio del desastre energético que vive Cuba, donde los apagones ya no son excepción sino rutina, el régimen en Camagüey ha salido con una de sus “geniales ideas”: vender comida preparada como quien lanza un salvavidas a un náufrago… pero sin cuerda ni intención real de rescate.
Según la emisora oficialista Radio Cadena Agramonte, varios organismos estatales —como la Empresa Láctea, la Cárnica, AzCuba y otras tantas del mismo molde— están ofreciendo alimentos cocinados “a precios módicos y de buena calidad”. Todo esto se vende en puntos improvisados que van desde hoteles y oficinas hasta parques públicos. Porque sí, en pleno siglo XXI, la respuesta al colapso eléctrico en Cuba es sacar cazuelas a la calle.
Pero esta movida del régimen, más que un gesto solidario, suena a parche de último minuto, a medida cosmética que intenta tapar el verdadero problema: la total incapacidad del gobierno para mantener funcionando el Sistema Electroenergético Nacional (SEN). En redes sociales, los cubanos no se han quedado callados. Las quejas rebotan con fuerza: ¿cómo es posible que el país entero esté sumido en la oscuridad, y la respuesta sea vender arroz con salchichas bajo un toldo?
La crisis eléctrica ya no se puede disfrazar con titulares complacientes. Solo este lunes, el déficit real del SEN sobrepasó por casi 100 megavatios lo que había pronosticado la Unión Eléctrica. A las 9:40 de la noche, el país estaba desplomado bajo un faltante de 1,952 MW. Y para el día siguiente, ya se anunciaban cifras igual de calamitosas, con proyecciones que rozaban los 1,800 MW de déficit al anochecer.
Mientras tanto, las soluciones estructurales ni están ni se les espera. En vez de invertir en modernizar la red eléctrica o reparar de verdad las plantas generadoras, el régimen se entretiene con estos “encargos sociales” que no solucionan nada, pero que sirven para alimentar su narrativa. Es como si quisieran disfrazar el hambre con pan con croquetas.
En la práctica, estos “puntos de venta” evidencian una desconexión brutal entre quienes mandan y quienes sobreviven. Porque mientras en los despachos del Partido se celebran estos experimentos, en los barrios cubanos la gente se las ve negras para guardar la comida sin refrigeración, para dormir sin un ventilador encendido, para vivir en medio de una asfixiante oscuridad que se ha vuelto compañera diaria.
Y al final, lo que se repite en cada esquina, lo que se susurra entre vecinos y se grita en redes, es siempre lo mismo: ya nadie pregunta si va a haber apagón, sino cuántas horas sin corriente habrá que aguantar hoy.
