En Santiago de Cuba, lo que debería ser un derecho básico se ha convertido en una pesadilla diaria: conseguir agua potable es hoy una odisea para miles de familias, sobre todo en medio de este verano implacable que no da tregua.
Con temperaturas que no bajan de los 30 grados, la ciudad oriental se está asfixiando entre el calor y la sed. Y es que la escasez no viene solo por la falta de lluvia —que ya de por sí aprieta—, sino por un cóctel explosivo de negligencia, abandono estatal y un sistema de acueducto más viejo que el cuento de la buena pipa.
Charco Mono está completamente seco, Gota Blanca colapsó desde el 7 de julio y los pocos embalses que aún respiran lo hacen con dificultad. Pero el verdadero drama comienza cuando se combina eso con la falta de combustible y los apagones constantes, que impiden bombear agua hacia los barrios. Resultado: comunidades enteras pasan días enteros, hasta semanas, sin una sola gota saliendo por el grifo.
En medio de este caos, no faltan los oportunistas. Se ha desatado un mercado negro del agua donde una simple pipa puede costar hasta 25.000 pesos cubanos, o sea, más de 50 dólares. Algo impagable para cualquier cubano de a pie, que ya bastante tiene con sobrevivir con salarios que no alcanzan ni para una libra de arroz.
Maritania Lemes, una maestra de 58 años, lo dice claro y sin rodeos: «Vivir sin agua es como vivir sin dignidad.» Ella depende de la buena voluntad de sus vecinos para poder cocinar, bañarse o fregar los pocos platos que tiene. Ha tenido que reducir su higiene personal al mínimo porque, como muchos en Santiago, cada litro de agua vale oro.
Y como si no bastara, las redes sociales están que arden con denuncias de corrupción. Hay serias acusaciones contra trabajadores de la Empresa Aguas Santiago, quienes —según varios vecinos— estarían metidos en un turbio negocio de reventa ilegal de agua, desviando las entregas hacia quienes pueden pagarles por debajo del tapete. Todo mientras el resto del pueblo se parte el lomo cargando cubos bajo el sol.
En medio de esta crisis, empiezan a florecer anuncios vendiendo hielo, como si eso fuera a resolver algo. Pero lo que realmente indigna es que mientras el pueblo no tiene ni agua para lavarse la cara, las autoridades decidieron gastar recursos públicos en celebrar los carnavales del 23 al 27 de julio. Una bofetada directa al rostro del pueblo, que dejó a muchos con más rabia que ganas de fiesta.
“Aquí el agua ya no es un derecho, es un privilegio para el que tiene dinero”, dicen los usuarios en redes, acompañando sus palabras con imágenes desoladoras: tanques oxidados, cubos vacíos, colas eternas y un pueblo que sigue esperando una solución que jamás llega.