La paciencia en Cuba tiene un límite… y parece que ya se rompió. En plena oscuridad, con media ciudad sin luz ni esperanza, un grupo de habaneros decidió hacer algo más que esperar sentados. Esta vez, el desahogo fue literal: alguien le tiró piedras al cajero automático de la esquina de Juan Delgado y Lacret, en Santos Suárez. El cristal quedó hecho trizas. La imagen habla por sí sola.
Todo ocurrió durante la madrugada del lunes, justo después del gran apagón que dejó a La Habana como boca de lobo. El barrio 10 de Octubre no solo quedó sin electricidad, sino que también se llenó de frustración. Y parece que alguien decidió enviar un mensaje a pedradas: ¡basta ya!
Las fotos comenzaron a circular por redes sociales. Se veía el cristal roto, pedazos en el suelo y la fachada del Banco Metropolitano hecha leña. Un símbolo más del hartazgo. La cuenta oficial no dijo nada al momento, pero el pueblo sí. Las redes ardieron con comentarios, memes y debates sobre hasta dónde más puede aguantar la gente.
Al día siguiente, los que hacían cola en el banco no hablaban de otra cosa. Entre murmullos, videos y testimonios recogidos por medios independientes como 14ymedio, se comentó que no era la primera vez que esa esquina servía de escenario para protestas silenciosas… o no tan silenciosas.
Mientras tanto, el gobierno —fiel a su estilo— no ha dado ni una explicación clara. Ni por el apagón ni por el estado crítico del sistema eléctrico. El silencio oficial ya no solo es molesto, es provocador. Porque cuando la luz se va, el agua no llega, los alimentos escasean, y los hospitales no tienen ni gasas, la gente se cansa. Y cuando la gente se cansa… pasan cosas como esta.
Lo más fuerte del caso es que protestar en Cuba no es solo “mal visto”. Es ilegal. Según el Código Penal, apedrear un cajero puede considerarse sabotaje, un delito que puede pagarse con años de cárcel e incluso con la vida. Y aun así, cada vez hay más casos. En julio hubo otro ataque en Diez de Octubre. En septiembre, en Santiago de Cuba, el banco terminó igual de roto. Hasta un joven barbero —dicen que en crisis— destrozó los cristales de una sucursal porque ya no aguantaba más.
El gobierno dice que esos actos “no caracterizan al pueblo trabajador”. Pero la realidad es otra. Cada piedra lanzada es una señal de que la olla de presión está por estallar. Porque cuando no hay comida, ni dinero, ni futuro, romper un cristal puede parecer el único ruido que queda por hacer.