En una Habana a oscuras, donde el silencio duele más que el calor, un hombre salió a la calle con un caldero vacío en mano y el alma llena de rabia. En medio de un apagón que dejó todo el barrio de Palatino en penumbras, este cubano se plantó solo, sin miedo, y con una frase que retumbó más que cualquier consigna oficial: “¡Estoy cansado, no aguanto más!”
El momento fue captado por un conductor y difundido por Cubanet en su página de Facebook. En el video se ve al hombre gritando desde el medio de la calle, sin importar la oscuridad ni las consecuencias: “¡Que vengan, que vengan cuando quieran!”. Mientras golpea el caldero con fuerza, su acto —aunque solitario— refleja el grito ahogado de millones.
No es un secreto para nadie: los apagones en La Habana están siendo cada vez más largos y frecuentes. Muchas veces superan las 10 horas seguidas, especialmente en las noches y madrugadas. Y cuando no hay corriente, tampoco hay internet, ni agua, ni ventilador, ni esperanza. Y lo peor: sin internet, protestar se vuelve más invisible.
Lo más doloroso de este gesto no es solo el coraje que tuvo, sino la soledad que lo rodea. En redes sociales, algunos elogiaron su valentía. Otros, con tristeza, lamentaron que nadie se le uniera. “Aquí hay más miedo que dinero”, comentó una internauta, recordando la sombra larga del 11J, donde miles se lanzaron a las calles y el régimen respondió con cárcel, represión y juicios amañados. Aún hay jóvenes presos por pedir libertad, y eso pesa.
Y es que en Cuba, el miedo sigue siendo una prisión sin barrotes. Aunque cada vez más personas se atreven a alzar la voz, muchas otras guardan silencio por temor a perder lo poco que tienen. La crisis económica es brutal: inflación descontrolada, escasez de alimentos, apagones, medicinas ausentes y un gobierno que solo promete resistencia… pero sin soluciones.
Este hombre con su caldero no buscaba fama ni likes. Solo quería ser escuchado, aunque fuera por una cámara anónima y los ecos de las redes. Su protesta, aunque solitaria, fue todo menos insignificante. Fue un acto de dignidad, de esos que duelen pero también despiertan.
Porque sí, el pueblo está cansado. Pero el miedo no puede callar para siempre.