En la Cuba de hoy, sentarse a la mesa con dignidad no es un derecho, sino un lujo reservado para unos pocos. Alimentarse bien se ha vuelto una tarea casi imposible para la mayoría de las familias, que deben estirar el salario como si fuera chicle… y aun así, no alcanza.
Un estudio reciente del Food Monitor Program (FMP) puso el dedo en la llaga al calcular el precio de una canasta básica alimentaria (CBA) para dos adultos en la isla: más de 41 mil pesos en La Habana y unos 39 mil en Cienfuegos. Para ponerlo claro: eso equivale a seis veces el salario promedio actual. O sea, ni trabajando todo el mes se puede cubrir lo mínimo para comer como Dios manda.
Un sistema alimentario que ya ni se sostiene con alfileres
El informe arranca dejando claro algo que los cubanos saben de sobra: en este país no existen las condiciones mínimas para armar una canasta básica seria. Aquí, lo que hay es una mezcla desordenada y desigual, donde el sistema de racionamiento —ese que alguna vez fue el “orgullo” del modelo socialista— ya no garantiza nada.
La libreta, que por décadas vendieron como salvavidas, hoy no es más que papel mojado. El estudio revela que el 96,6% de los encuestados no puede alimentarse con lo que le dan ahí. Porque lo que llega —cuando llega— es poco, malo y tarde.
Y con la producción nacional en picada, los cubanos están atrapados entre el mercado informal, las mipymes en dólares y la inflación desatada, que se come cualquier ingreso en menos que canta un gallo.
Una dieta empujada por la escasez, no por la elección
El FMP no se anda con rodeos. Desmonta el mito del “acceso garantizado” y expone que la alimentación en Cuba no está basada en necesidades nutricionales, sino en lo que se consigue, lo que aparece, lo que “resuelves”.
Y eso, por supuesto, no es barato. El precio de una CBA digna ronda los 24 mil pesos por persona al mes. Pero, ¿quién gana eso? El salario promedio apenas roza los 17 dólares en el mercado informal, que es donde de verdad se compra lo que se necesita.
En ese panorama, productos tan básicos como leche, huevos, pollo o frutas se han vuelto artículos de lujo. El menú diario en la isla está compuesto, sobre todo, por arroz, pan y picadillo, cuando aparece. ¿Proteínas? ¿Vegetales frescos? Olvídate.
Comer mal y además cocinar en condiciones precarias
Pero si creías que la cosa no podía estar peor, agárrate. Porque ni siquiera se trata solo de qué se come, sino de cómo se puede cocinar. Más de nueve millones de personas en Cuba tienen que preparar sus alimentos en condiciones deplorables, sin gas, sin electricidad confiable y sin equipos básicos.
Y así, el hambre se vuelve rutina. Según datos recogidos por el FMP, una de cada cuatro personas se acuesta sin cenar. Literalmente. El estómago vacío se ha vuelto paisaje cotidiano en un país donde el discurso oficial aún insiste en hablar de “resistencia creativa”.
El hambre como política de Estado
Lo que demuestra este estudio es demoledor: el hambre en Cuba no es un accidente ni una crisis temporal. Es el resultado directo de un sistema roto, incapaz de garantizar lo más esencial. El régimen ha convertido el acceso a la comida en una cuestión de privilegio, mientras la mayoría sobrevive como puede, o no sobrevive.
Y mientras tanto, desde las alturas del poder, siguen vendiendo la imagen de una revolución “humanista”, cuando en la realidad el cubano común no puede ni sentarse a la mesa con su familia sin hacer malabares.
La propuesta del FMP es clara: la alimentación no puede seguir siendo una simulación estatal, ni una herramienta de propaganda. Tiene que ser vista como un derecho humano básico, ético, tangible y realista.
Pero, hasta que eso ocurra, el pueblo cubano seguirá enfrentándose a la misma pregunta dolorosa cada mes: ¿cómo se come, si el salario no da ni para empezar?