A veces, una sola frase puede traer alivio después del caos. Y eso fue lo que vivió Teresa, la madre del periodista y profesor universitario Enrique Pérez Fumero —más conocido como Kiki—, cuando su hijo, aún convaleciente, la miró y la reconoció con claridad tras varios días en estado crítico. En medio del dolor, ese pequeño gesto fue una señal gigante de esperanza.
La historia de Kiki ha conmovido a Cuba entera. La madrugada del pasado domingo, fue brutalmente agredido en Santiago de Cuba, en la intersección de Barnada y San Mateo, justo en pleno corazón del centro histórico. El ataque fue tan salvaje que dejó al comunicador con traumatismo craneal severo, fracturas en la base del cráneo y múltiples lesiones en el rostro.
Desde entonces, su familia, amigos, colegas y la comunidad intelectual del país han estado en vilo. Pero este martes llegaron noticias un poco más alentadoras: Kiki mostró signos de recuperación. Según contó su madre a través del periodista Cuscó Tarradell, su hijo logró reconocerla, le habló con claridad, cooperó en su traslado hacia Las Tunas y ya comenzó a ingerir líquidos.
Este traslado fue clave, pues permitió realizarle una tomografía computarizada más precisa para evaluar las secuelas neurológicas del ataque. Desde su ingreso en el Hospital Saturnino Lora, en Santiago, fue tratado por un equipo médico especializado que logró estabilizarlo, aunque su estado aún sigue siendo delicado.
A pesar de la gravedad del caso, las autoridades cubanas no han dicho ni una palabra oficial. El presidente provincial de la UPEC, Víctor Hugo Leyva Sojo, se limitó a decir en Facebook que el periodista está “clínicamente estable dentro de la gravedad”. Pero ni una investigación, ni una denuncia formal, ni mucho menos arrestos. Nada.
Y eso es lo que más indigna: la falta de justicia. Porque aunque se dijo que el ataque fue un robo —le quitaron el teléfono, la billetera y los zapatos—, algunos apuntan a que el crimen pudo tener un trasfondo homofóbico, lo que complica aún más el escenario.
Las redes sociales han sido el único espacio donde la indignación ha tenido voz. Colegas, activistas y ciudadanos comunes han exigido protección para los periodistas y garantías mínimas de seguridad en una ciudad donde, lamentablemente, el miedo se ha vuelto rutina.
Mientras tanto, Teresa no se despega de su hijo, firme, valiente y con la esperanza intacta. Kiki sigue en recuperación, y aunque el camino es largo, el hecho de que haya podido hablar y reconocer a su madre es un primer paso hacia la luz.