En Bayamo, la cosa está que arde… pero no por la alegría del carnaval, sino por las ocurrencias del régimen. Resulta que un oficial de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) apareció en la televisión local para soltar, sin pestañear, que durante las fiestas —del 7 al 10 de agosto— queda prohibida la venta de manzanas, gafas y ropa industrial. Sí, así mismo, como si estuvieran hablando de armas químicas.
El uniformado, en una entrevista para la televisora oficial CNCTV Granma, aseguró que pondrán “atención especial” a las supuestas indisciplinas ciudadanas: desde decir malas palabras y romper botellas, hasta vender esos tres artículos que, según el discurso oficial, podrían alterar el orden público. Parece que ahora las manzanas son más peligrosas que un tanque de guerra.
La absurda medida dejó a muchos cubanos con la cabeza dando vueltas. ¿Quién se inventa que llevar unas gafas de sol o vender una camiseta sea un acto subversivo? ¿A quién se le ocurre prohibir frutas en un país donde conseguir una ya es casi un milagro?
Como era de esperar, el reportaje de CNCTV voló de las redes oficiales en cuestión de horas. Pero el daño estaba hecho. El periodista cubano Rolando Nápoles, radicado en Estados Unidos, logró rescatar y difundir el video original, dejando al descubierto no solo el ridículo de la medida, sino el nivel de control enfermizo que el régimen aplica hasta en los detalles más triviales de la vida diaria.
Y esto no es exclusivo de Bayamo. En toda la isla, los carnavales se desarrollan en medio de apagones, escasez y una vigilancia asfixiante. La propaganda intenta vender una “alegría popular” que cada vez se siente más hueca, mientras el aparato de control social sigue apretando las tuercas.
Pero lo de Bayamo rompe el récord del disparate: prohibir la venta de manzanas, gafas o ropa industrial no solo es un chiste de mal gusto, sino un retrato perfecto de la paranoia del régimen. En vez de ocuparse de la miseria y la crisis que viven los cubanos, dedican sus energías a decidir qué puede o no ponerse o comer la gente durante una fiesta que, en teoría, debería ser para celebrar.