En Cuba hay dos realidades: la que vive la mayoría, entre apagones y colas eternas, y la que disfrutan unos pocos privilegiados, como Sandro Castro, nieto del fallecido Fidel Castro. Esta semana, un video publicado por el creador de contenido Ericito el 13 volvió a encender las redes al mostrar un momento casi surrealista: un joven fregando el famoso “Vampimóvil”, un convertible plateado que es uno de los juguetes favoritos de Sandro.
En las imágenes, el muchacho que limpia el carro suelta una frase con sabor a choteo cubano: “Aquí fregando el Vampimóvil, lo mismo monto el car wash al lado de una iglesia que en un garaje particular”. El comentario hacía alusión al sitio donde Sandro guarda su joya sobre ruedas, un espacio que poco tiene que ver con el día a día del cubano promedio.
Y es que si algo define a Sandro, además de su apellido, es su gusto por el lujo en un país donde el 99% de la población no se puede dar ese tipo de caprichos. Su vida gira en torno a negocios privados, principalmente en el turismo y la gastronomía, sectores que —casualmente— suelen ser muy rentables para quienes tienen las conexiones correctas. Y claro, esas conexiones en su caso vienen con apellido histórico.
El “Vampimóvil” no es el único carro llamativo que ha tenido Sandro. En un contexto donde conseguir hasta una bicicleta decente es un lujo, ver a alguien de la familia Castro paseándose en autos de colección es como una cachetada visual para muchos cubanos. No es solo el vehículo, es todo lo que simboliza: privilegio, acceso y una distancia abismal entre la élite y el pueblo.
Obviamente, esto no pasa desapercibido. Muchos ven a figuras como Sandro como un recordatorio viviente de la desigualdad que existe en la isla. Mientras la propaganda oficial habla de igualdad y sacrificio, la vida real muestra un contraste doloroso. Y cuando las críticas aparecen, el gobierno o los fans del “legado” de Fidel suelen mirar hacia otro lado, con el mismo guion de siempre: unidad revolucionaria, resistencia y bla, bla, bla.
El video de Ericito el 13 no es solo una curiosidad viral; es una postal perfecta de las dos Cubas. De un lado, la gente que lucha para poner un plato de comida en la mesa. Del otro, quienes pueden darse el lujo de tener un convertible apodado “Vampimóvil” y pagarle a alguien para que lo deje reluciente. Y mientras esas dos realidades convivan, el contraste seguirá siendo tan visible como la pintura plateada de ese carro.